PROLOGO
Son las once treinta de un día de
colores grises y música clara provocada por una lluvia que nos regala su
emoción.
Son las
lágrimas de alegría que nos envuelven en este largo viaje de veintiocho
horas de regreso a nuestro sur, a nuestro hogar, con los nuestros, y con la
batalla en ganancia, con un enemigo que retrocede abrumado por el poder de la
fortaleza, de la amistad, del amor y de la magnificencia de Dios.
Cáncer se llama nuestro enemigo,
cáncer; y venimos a Buenos Aires a controlar sus pasos.
Hace un año, en un diciembre lleno de
proyectos y alegría por las vacaciones prontas a compartir, mi amiga, la
protagonista de esta historia, aprendió a escuchar a los demás declararle que
su lesión, esa que estaba allí hacía ya un tiempo y era tratada como
infecciosa, era en realidad un cáncer de piel.
Entonces, todo cambió, todos los
colores cambiaron su color, los sonidos se silenciaron, la luz oscureció su
brillo, y surgió con todo su esplendor una palabra desconocida hasta ese
momento por alguien que había luchado mil batallas, ganando algunas, perdiendo
algunas pocas, pero nunca experimentando esta sensación…..
Apareció la palabra miedo; y las
preguntas basadas en esa ráfaga de desesperanza que arrasa con todo: ¿y ahora
qué?¿, ¿Por qué a mí?¿, ¿ Qué aprendo con esto?, ¿ Es hasta acá?.
Amargo sabor en la boca de quienes
debimos aprender a pronunciarlo; amargo y doloroso temor, a veces terror, de
reconocer esta enfermedad mientras miramos los ojos claros de la persona que
amamos y sentimos la imperiosa necesidad de calmar su desesperanza con palabras
que no tenemos y que deseamos escuchar para calmar nuestra desesperanza.
El tiempo se detuvo ese diciembre, la Navidad comenzaba a
desaparecer entre nuestros dedos como la arena de nuestras playas; comenzábamos
a recoger solo piedras de nuestro mar casi siempre azul con mezclas de verdes
esperanzados, ahora gris, rebelado, hasta sucio.
Comenzábamos a vivir el año en el cual
la lucha era inevitable, sin saber que nos convertiríamos cada cual en su
puesto, en verdaderos soldados, con un general al mando que enfrentaba la
batalla exponiendo sus heridas y por primera vez confrontada con su propio
miedo, ése que desconocía y que ahora la volvía vulnerable, desprotegida en su
razón, abrumada por su cáncer, pero tomando la espada del desconcierto para
levantarla hacia el cielo y desde ese mágico lugar, estaquear al enemigo de la
mano del otro protagonista de esta historia, nuestro máximo jefe: DIOS.
Esta es la historia de mi amiga, mi
maestra, mi hermana, mi cómplice de sueños.
Es la historia del amor y la obediencia
a Dios, de la fortaleza en comunión con el miedo, si, porque los verdaderos
héroes, los fuertes, tienen miedo.
Es la historia de una vida que enseña,
y de una enseñanza de vida, el relato de la abrumadora presencia de Dios en
nosotras, del milagro por El realizado.
Es la historia que ella comienza a
contar con palabras que solo aquellos que tienen cáncer pueden escribir, y que
yo continuaré con las palabras de alguien que la admira profundamente y que
aprendió que al cáncer se lo vence con amor, pasión, paciencia, y sólo de la
mano sanadora de Dios.
CAPITULO UNO.
El maestro miró a sus cinco
discípulos y les mostró una vasija pequeña, que se hallaba sobre una columna
labrada. La vasija era hermosa, con muy finos dibujos en dorados y plateados.
Poseía una boca angosta donde era imposible introducir algo más grande que el
tallo de una rosa.
El maestro les dijo:
- Quien de vosotros pueda extraer la piedra
preciosa que se encuentra en el interior de la vasija, será el dueño de la
misma -
Cada uno de los discípulos fue
teniendo su oportunidad:
El primero, fue girando en
diferentes ángulos la vasija para lograr así el correcto movimiento que
mostrase el contenido de la misma, sin lograrlo.
El segundo, untó con aceite la
boca de la vasija; otro intentó dilatar con fuego la misma; otro utilizó su poder mental. Todos, sin lograr sacar
del interior, la preciosa piedra.
El quinto discípulo, se acercó a
la columna y mirando fijamente a su maestro, tomó la vasija y la estrelló
contra el piso, logrando asir el precioso tesoro.
Ante la mirada asombrosa de los
demás discípulos, el maestro lo miró, le sonrió, asintió con la cabeza y se
retiró.
Así, muchas veces, es necesario
que nuestra vasija corporal, sea rota para extraer de nosotros el más precioso
tesoro.
Hace un año y medio atrás, me
detectaron un cáncer de piel. Siendo hija de una madre que había muerto de
cáncer de ovario y de un padre que había padecido un cáncer de intestino con
metástasis en pleura izquierda, teniendo una historia familiar de la rama materna
y paterna llena de carcinomas, el pronóstico en mí no era bueno. Como médica,
mi mente viajó al futuro y me vi llena de metástasis, sin cabello a causa de la
quimioterapia, consumida y, con la muerte cerca de mi cama. Consulté con especialistas en piel y oncólogos y
comencé el tratamiento adecuado. Sin embargo, a medida que los meses pasaban,
comencé a ver rondar la muerte alrededor de mí permanentemente y perdí la fe en
tantas promesas dadas por Dios en ésa época. Es
muy difícil saber que uno tiene una enfermedad
que generalmente da pocas expectativas de vida con solo nombrarla.
Comencé así psicoterapia
mientras le preguntaba a Dios el “por qué, para qué, cómo, a donde, qué” de
todo esto.
No hacía mucho, había salido de
una fortaleza mental en la que había entrado diez años atrás, cuando luego de
vivir una situación de infidelidad dentro de mi matrimonio, consideré que el
ser humano no era confiable aunque uno estuviera con la persona escogida por
Dios para compartir la vida en pareja. En ésa época, mi madre, una sabia mujer
de Dios, dulce, moría de cáncer de ovario con metástasis en estómago y huesos.
Unos meses antes, al tener por cesárea a nuestro segundo hijo, una hermosa niña
de profundos y dulces ojos negros, casi moría yo en el quirófano a causa de tanta pérdida de sangre que requirió mi internación luego de una
semana de alta, que duró casi un mes; sin poder amamantarla ni atender a
nuestro primer hijo, un sensible caballerito de 4 años con hermosos ojos
verdes. Todo esto hizo eclosión en mí y para no sentir dolor, me rodee de una
fortaleza mental insana.
Luego de recuperar mi libertad
mental en una sanidad extraordinaria que hizo el Señor Jesucristo en mí, tenía
la noticia de este cáncer de piel. ¿Qué quería Dios de mí? ¿Qué debía aprender
ahora? ¿Qué fruto del Espíritu me faltaba trabajar? ¿Era necesario pasar por
esto también?
Mi infancia transcurrió feliz al
lado de mis padres, ambos pastores evangélicos, que trabajaban arduamente en el
ministerio. Pasé una adolescencia complicada, a causa de mi carácter rebelde de por sí, donde me alejé de Dios y me convertí en adicta a las
pastillas sedantes, y aunque había conocido a Jesús en mi niñez, recién a los
veinte años volví a Él. Luego conocí a mi esposo con el que vivimos diecinueve
años de casados. Tuvimos paz en nuestro matrimonio solo por un año; luego él,
que venía de una familia disfuncional, comenzó a dudar de sí mismo, de mí, no
se sentía satisfecho con lo que era y tenía, así que se apartó de Dios. Fueron
años duros para nosotros, pasamos de tener mucho dinero a la pobreza extrema;
conocí así a los amigos verdaderos, a los creyentes fieles y también la
familia. Allí Dios comenzó su obra en mí, de una manera diferente y conocí la
decepción, el dolor, la angustia, la tristeza, la inestabilidad emocional y
todo lo que había aprendido en un hogar cristiano, se derrumbó frente a mis
propios ojos. Conocí la soledad, el silencio extremo y me sentí imposibilitada
de agradar a mi marido.
No comprendía sus celos y a
medida que pasaba el tiempo, hasta mi estado de ánimo se comenzó a reflejar en
los colores de la ropa que usaba, ya que mi esposo consideraba que los colores
fuertes mostraban una mujer que yo no era y yo quería agradarle.
Cuando conocí la infidelidad por
parte de él, me sentí morir y consideré que nunca volvería a amar ni a confiar
en nadie. Así descendí a lo que más tarde llamé: “mi búnker”; un lugar en mí
misma reservado solamente para el conocimiento de Dios y para mis hijos. Así
comencé a estar para todo y todos, siempre servicial y amable, educada,
ordenada, calma y segura, creciendo en mi carrera como pediatra y, en el
conocimiento de Dios. Sin embargo, aunque era la mejor esposa para mi marido,
la mejor madre, la mejor pediatra, la mejor amiga, la mejor anfitriona, la
mejor creyente y líder de la iglesia, en mi interior, el dolor y la falta de
perdón, hundieron sus raíces tan profundamente que dejé de sentir.
En el año 2000 decidimos con mi
esposo irnos a vivir al sur de nuestro país: a Santa Cruz, parte de la Patagonia Argentina.
Fue una decisión guiada por nuestro amoroso Padre Celestial pues Él tenía
preparado para mí una absoluta sanidad total.
Cuando se tiene una enfermedad
como es un cáncer, desde el momento que uno se entera, la desesperación y la
soledad son inmensurables. Todos los que lo rodean a uno tiene diferentes
sensaciones y las expresan de diferentes maneras, como por ejemplo, hay quienes
se acercan y te miran con extrema tristeza y se callan porque no saben que
decir ni como consolarte; hay quienes te hablan como si ya no hubiera salida y
te velan en vida; están los que no hablan del tema y te tratan como siempre
para distraerte del problema; quienes oran en silencio sin que sepas y están
los que te tienden la mano y la sostienen durante todo el camino.
Es común que nos sintamos con la
responsabilidad de cuidar a los que nos rodean a pesar de no poder llevar
semejante carga sobre los hombros, como lo es saber que se tiene una enfermedad
mortal encima. Y tratamos, nos esforzamos para parecer normales en todo. Esto
nos exige el doble de nuestras fuerzas y se pierde mucha energía en tratar de
que todos los días salga el sol brillante y luminoso para los que nos rodean y,
sin embargo, no nos damos cuenta que la muerte finalmente nos ha encontrado y
comienza a caminar a nuestro lado y suavemente nos invita a rozarla...mientras
nuestra mente comienza a mirarla de soslayo. Y a pesar de todo esto, nos hace
sentir un poco vivos. Nadie mas puede vivir esto por nosotros, ni aún si
convive. Y es en el instante más oscuro en que nuestra vida y muerte se
convierten en los protagonistas de la historia esta, que es solo de uno. Sin
querer, comenzamos a vivir por la muerte que nos rodea... ¡qué paradoja! ¿No?.
Lentamente se desvanece toda expectativa de futuro; las entrevistas médicas,
los análisis de sangre, las biopsias, las esperas de los resultados, las
propuestas de tratamiento, las decisiones a tomar, la familia, los amigos, el
trabajo, la iglesia... se convierten en una extremadamente pesada carga, en la
cual nos encontramos tirando hacia una meta en la que uno ve a la muerte
mirándonos con ojos sin fondo y expresión de jugador de póker en el rostro, y
una nube de dudas embarga nuestra mente..., justamente la que debe estar mas
despejada para poder luchar contra esta enfermedad.
Vienen a mi mente las lágrimas
de mis afectos, cuando les leí el resultado de las primeras biopsias... me
dijeron: -“vamos a estar con vos en este camino -"¡ Aún no sabíamos a qué
nos enfrentábamos!
¿Cómo se lee el interior de una
persona que se guarece del miedo tras un castillo de fuerza? ¿Por qué creemos
que debemos soportarlo todo estoicamente? ¿Quién nos exige tamaña tarea?
Nosotros mismos. Recuerdo a mi madre contándome que, desde pequeña, cada vez
que ella intentaba ayudarme con algo que yo me hallaba haciendo y no podía,
respondía desde los dos años de edad”:- yo solita -". La historia se
repitió una y mil veces a lo largo de mis cuarenta y tres años: yo solita, implicaba mi
autosuficiencia. Siempre había logrado afrontar toda dificultad con dos
soportes fuertísimos que mi sabio padre me había entregado: Dios y la fuerza de
voluntad. Él siempre decía: "- vos podes-". Esto hacía que yo
creciera confiada en mis fuerzas, en mi valentía, en mi poder. No conocía el
miedo, lo imposible de lograr, la debilidad, la necedad. De hecho, tales cosas
me molestaban y hacían que menospreciara a quienes las poseían como parte de
sus vidas. El presente se podía transformar y así, de la mano de Dios, el
futuro se volvía predecible, se ordenaba desde el presente...¡ qué omnipotencia
!¡ Y cuánta ignorancia!
Desde pequeños, mis padres nos
incentivaron a mis dos hermanos y a mí, a leer, a conocer, a escudriñarlo todo
y a quedarnos con lo realmente importante. Así, a los siete años, en el
silloncito azul del escritorio-bibioteca de mi papá, con los pies que aún no
llegaban al suelo, comencé a leer cada tarde, La Divina Comedia , de
Dante Alighieri, en donde el cielo y el infierno se mezclaban en mi mente
imaginativa, como lo es la de todo niño, junto con las explicaciones de mi
padre. Comenzó así una vertiginosa carrera de adquirir conocimientos diversos,
a través de la lectura: ficción, aventura, teología, filosofía, amor,
antropología, humanismo, historia, astronomía, cuentos de príncipes y hadas,
leyendas celtas, héroes de la
Biblia , héroes de papel y de la vida real, que junto a la Biblia , se convirtieron en
la formación de un carácter fuerte, pasional, temperamental, alegre y
melancólico a la vez, extremadamente sensible, solitario y con muchas preguntas
que requerían urgentes respuestas y creíbles. Y si bien, el conocimiento sirvió
para resolver muchas situaciones y para decidir mi vida, el conocimiento de un Dios táctil, aún no se había hecho
carne en mi espíritu ya que, a pesar de haber vivenciado su especial cuidado
hacia mí, no lo había podido experimentar hasta mi cáncer.
¿Preguntarás: ¿ Cómo táctil?, ¿
Cómo tocarlo? Dios es un ser único en su especie. Él es el Todopoderoso, el que
Es y que Será por siempre y para siempre. Cuando Dios se manifiesta, lo hace en
total poderío de la situación y nada ni nadie puede interferir. Él es Soberano,
Él tiene el control de absolutamente todo. Cuando Él está junto a nosotros, nos
entendemos mucho más. El secreto es abandonarnos a Él. Quedarse un tiempo en el
sitio al que uno ha llegado. Entender lo que es dar la vida si así nos lo pide
Dios. Entender la quietud a la que somos llamados cuando nuestras fuerzas no
alcanzan para solucionar lo que nos ha sobrepasado. Aceptar la soberana
voluntad de Dios, sea esta cual sea, sabiendo que siempre es lo mejor para
nosotros, si creemos que nos ama mas allá de nuestro raciocinio. Pero para
llegar a comprender esto, faltaba vivir toda una experiencia con el cáncer...,
mi cáncer.
CAPITULO DOS.
Cuando conocí a Eli, mi vida estallaba
en pedazos. Yo, médica dedicada a la ginecología y obstetricia, con una vocación
que me llevaba a límites extremos de insomnio al lado de mis pacientes,
involucrada profundamente con el dolor ajeno, y ajena por ello muchas veces a
mis afectos y a mi propia vida, enfrentaba un juicio por supuesta mala praxis
debido a la muerte de una paciente.
En nuestra pequeña ciudad sureña, lugar
elegido hacía ya once años para vivir, trabajar, crecer, amar y ser madre de
dos santacruceñas, la difamación social horadó mi amor por la Medicina , sesgó mi
alegría, me llenó de miedos, fobias, angustia y dolor.
Conocí el amargo sabor de la traición,
de la falta de valores, de la injuria, aprendí a mirar a los demás encontrando
en cada uno un juez; me escondí en un espacio de humillación, de incomprensión
y desasosiego.
Soporté solo sostenida en mis valores,
creyendo en Dios pero sin conocerlo aún, juicio legal, imputaciones, entrada a
la seccional de policía, marcación de huellas dactilares, marchas de silencio,
anónimos, prensa irresponsable y morbosa, carteles que empapelaban la ciudad y
hasta pedido de ADN del útero de mi paciente fallecida porque creían que yo lo
había cambiado por uno sano, cuando me acusaban de haberlo perforado.
Fue una historia que no paró de suceder
durante dos larguísimos y agobiantes años, en los cuales solo pedía a Dios, sin
siquiera saber como, que algo bueno surgiera de esta locura, entregándole como
ofrenda mi silencio basado en la verdad y el respeto profundo hacia mi
paciente.
El acudió a mi cuando yo ya flaqueaba,
cuando mi soledad se comparaba a un pozo sin luz y helado del cual no podía
emerger.
Fue entonces que mi historia se unió a
esta historia.
Fue entonces que Dios mandó a uno de
sus generales de la luz a mi rescate y fue entonces que su mano me extrajo del
pozo y comenzó mi restauración.
Esta historia de dolor se convirtió en
historia de vida cuando mi amiga comenzó a mostrarme el camino hacia la
verdadera libertad.
La libertad que da el darle a los
valores el nombre de Dios, llenarse de la paz que ofrece el poner todas
nuestras angustias y temores a los pies de su cruz.
Nuestras vidas se encontraron en mi
oscuro pozo helado y comenzaron esta hermandad que será eterna.
No fue casual nuestro encuentro, no son
casuales nuestros arco iris regalados cuando alguna flaquea; en este elegido y
amado lugar de este lejano sur, lleno de viento que susurra encuentros, colmado
de cielos de colores de paz, repleto de sonidos de olas que reflejan rebeldía y
lleno de difíciles inviernos y breves primaveras, nosotras, comenzamos a formar
las perlas de esta vasija.
28 de diciembre 2005, El Bolsón.
Hablábamos por teléfono con mi amiga;
mi familia y su hijo, mi ahijado, estaban conmigo ya instalados en nuestro
lugar elegido.
Yo sentí que algo pasaba, la llamé:
_Hola Eli, ¿qué té pasa?.
_Nada, todo esta bien.
_ Contame que pasa, no te siento bien.
Nuestra amistad es de esas que se
llevan a través de los kilómetros, que sobrepasa fronteras de distancia y de
tiempo, que ahoga en angustia por la angustia de la otra.
Es una amistad que crea espacios,
genera risas y consuela llantos. ¡ Dichosos aquellos que son destinatarios de
una verdad de Dios como es la amistad!
_ Me tomaron una muestra de mi lesión,
algo no esta bien, ¿ sabes qué? , me destruyó, no puedo pensar, ¡no me esperaba
esto!.
Silencio mío, silencio de la mano del
terror, segundos de mente anulada, incapaz de razonar, vacía.
Durante el viaje a EL bolsón apenas
pude dormir quince minutos, mis hijas son pequeñas y cuesta entretenerlas; en
ese tiempo soñé que alguien me decía solo esta frase: “ TODO VA A ESTAR BIEN.”;
Aquel que lo hacía no tenía rostro pero si me produjo una paz infinita su
presencia.
Recordé el sueño que sin conocer lo que
en ese mismo momento estaba sucediendo en el hospital con mi amiga tuve al
escuchar a Eli por teléfono y mi alma recupero la armonía necesaria para que mi
cerebro razone.
En el mismo instante en el cual ella
recibía la noticia de su probable cáncer, Dios comenzaba a prepararme para la
contención que ahora yo debía realizar para su restauración.
Él me regalaba la promesa de sanidad
para ella, El me preparaba para la batalla serenando mi alma y anulando mi
miedo..”TODO VA A ESTAR BIEN”, no importa lo largo y sinuoso que deba ser el
mar a cruzar, al llegar a la orilla la victoria sería nuestra.
Se lo conté en ese instante a mi
hermana y sé que calmo su angustia, y es que Dios también sabía de su
desconcierto, también comenzaba a preparar a su soldado para la batalla.
Corte el teléfono y sentí que la
promesa estaba dada pero…con mucha bronca y vergüenza admito que mi fe no fue
suficiente y entonces lloré, tanto, tanto y con tanta pena, miedo y
desconcierto que mis lágrimas me encontraron de rodillas preguntando a Dios
como seguir.
El me dijo como, escribió en ese
instante en mi mente la palabra PERDON.
Existía una tarea que debía realizar
antes de comenzar esta batalla, y sentí que su mandato era mi ofrenda de fe
hacia El; sin saberlo, yo entregaba mi historia, mi posibilidad por haber
ganado el juicio, de ir legal y socialmente contra ellos, y lo dejaba en sus
manos, en un pedido desesperado para que esta ofrenda fuese cambiada por la
sanidad de mi amiga.
_ ¡Dios no funciona así! _ esa fue su
respuesta al enterarse, _ ¡No se cambia una cosa por otra, no así, no sirve
así¡
_ ¿Y vos que sabes?, El y yo nos
manejamos así y punto, es una promesa, y aunque te enojes, no la cambio.
Sin darme cuenta, Dios empezaba a tejer
una red de amor por amor mismo, como el que El nos mostró al mandar a su hijo,
el príncipe celestial que nada debía, a padecer por nosotros, su creación, por
amor, solo por el infinito amor que nos tiene.
Mi amiga me preguntó que pasaría si a
pesar de mi pacto con Dios, de la entrega, su cáncer avanzaba y ella perdía la
batalla.
_ ¿ Adónde queda tu fe?, ¿Vas a pensar
que El te falló?.
_ Dios decide sobre la vida y la
muerte, si te lleva, será lo mejor para vos, mi dolor será infinito, pero yo
acepto su voluntad.
Nunca volvimos a hablar del tema.
Nuestras vacaciones estuvieron colmadas
del olor de las lluvias del Bolsón, repletas del aroma de los frutos
patagónicos, enraizadas en las risas de nuestros cachorros frente a la
inmensidad del paisaje del sur, y sostenida por la inmensidad del cerro que nos
reflejaba paz en cada puesta de sol.
Regresamos a nuestra pequeña ciudad
sureña, ciudad de corazones desarraigados, a veces endurecidos `por las
perdidas y las distancias.
Comenzó la batalla, las dos lesiones
debían ser biopsiadas y allá fuimos. Al ser médicas las dos, tenemos pequeños
privilegios como poder estar en quirófano tomando su mano mientras otro colega
que no me dejó participar para evitar esta difícil tarea de actuar sobre un ser
querido, extraía los trozos de piel transformados en peligro, miedo e
incertidumbre.
Tiempo después, Eli me relató su
sentimiento ese día: “Entré a quirófano y pensé, bueno, acá se termina todo,
hasta acá llegue…”
Yo amo a mi amiga, amo su fortaleza y
su luz, le debo mi restauración y mi conocimiento de Dios, le debo ser hoy una
mujer sanada; ¡cuánto dolor al escucharla, qué difícil contener a quien siempre
contenía a todos como una leona a sus cachorros…!
Pero mi fe tenía la fuerza de un
volcán. Conocí el poder de saber que Dios no fallaría, me llené de paz y tomé
su mochila, la cargué en mis hombros y la deposité a los pies de la cruz, de
esa cruz vacía donde Jesús padeció y nos enseñó a creer, y después de ser
masacrado sobre ella, la abandonó con la luz divina dejando allí el símbolo del
amor eterno.
_ Esto recién empieza hermana, Dios no
prometió que sería fácil, si aseguró que todo va a estar bien.
Mi amiga también creyó, se cubrió de
dignidad, avasallo a ese miedo que a veces podía con ella y enfrento a su
enfermedad, comenzó a decir _ “Tengo cáncer de piel”…
La gente no respondía, o respondía con
una sonrisa de tristeza, compasión o asombro. Algunos comentaban por lo bajo
cosas como “ pobre, dice que esta bien, y si, ¿qué va a decir?”.
Antes de la biopsia, viajamos a
Comodoro Rivadavia a ver a un dermatólogo, él examinó sus lesiones y
diagnosticó por la clínica cáncer espinocelular; Si se trataba de un espino,
las posibilidades de metástasis eran reales, la lesión ya tenía un año, y la
infiltración en profundidad era posible.
En El Bolsón, le pedí a mi amiga que me
permitiera orar por su lesión, yo no sabía que eran dos, puse mi mano en su
pierna y oré, solo por la que conocía, le rogué a Dios que transformara las
células, Él era el creador de ellas, Él podía transformarlas.
Esperamos diez días el resultado, el
médico habló conmigo por teléfono, tardó cinco minutos en darme la noticia,
fueron cinco siglos para mí, mil pulsaciones por minuto, y escuché: _Es
increíble doctora, parecía un espino pero no, es un basocelular, de los malos,
el más bueno, el de la pierna le digo, es increíble, ¡parecía un espino!, La
otra no, la otra no hay dudas, es un basocelular también, pero el de la pierna…
¡Es increíble!.
Estaba contento, eso nos pasa a los
médicos cuando un colega se enferma y hay buenas noticias, y es que sabemos lo
duro que es conocer todos los misterios de la enfermedad, sabemos las
consecuencias, no podemos ni siquiera sentirnos engañados.
La dueña del locutorio no entendía
porque yo lloraba al colgar el teléfono, tampoco se atrevió a preguntar, solo
cobró la llamada y sonrió.
¿Cómo explicarle que acababa de ocurrir
un milagro!?...
¿A quien contarle que Dios había
escuchado nuestras oraciones con una dulzura extrema?.
Hizo exactamente lo que pedimos,
transformó la única lesión por la cual oramos, puso su mano en ella y calló el
dolor, el miedo, la duda, todo en su inmensidad infinita.
“TODO VA A ESTAR BIEN”. Amén. Dios
tomaba en sus manos esta batalla.
Inmenso honor el nuestro, inmenso amor
el de El.
La primera perla de nuestra vasija ya
tenía nombre: se llamaba FE.
TERCER CAPITULO.
EL PERDÓN.
Dos de la tarde de un nublado febrero
patagónico. Me divierte ver vacacionando a la gente con treinta grados por
televisión mientras tomo un café caliente y siento ya, la presencia de nuestro
próximo invierno.
Amo este sur que construyo tantas murallas
para no ser penetrado por mis ganas de quedarme.
Hace once años que camino sus calles.
Llegué sola y con mi residencia a estrenar, lista para ser especialista en lo
que amaba, para ser médica.
Medica para sanar, escuchar, paliar el
dolor.
¡ Protagonizar el nacimiento de tantos
sureñitos!; saber tomar fuerte de la mano a aquellos que Dios decidía llevar a
su encuentro.
Médica para enfrentar el milagro de la
vida desde la
Obstetricia.
Pero un día de primavera aún no
florecida en esta lejanía, la muerte tocó mi espíritu y mi vocación; moría mi
primer paciente, con treinta y seis años y tres hijos, victima de una
coagulopatía por consumo ante la pérdida de su cuarto embarazo de dieciséis
semanas.
De pronto mi vida, armada con bases de
soledad, dolores, indiferencias y desencuentros, fue socavada fácilmente por la
aparición de uno de los males mayores de nosotros, los humanos: el juzgamiento.
¡Cómo me juzgaron en esta ciudad!, ¡
Cómo rompieron mi nombre, mis anhelos, mis sueños!.
¡Con que calidad de insensatez
penetraron en mi vida y la de los míos llenándolas de dolor, miedo, llanto y
desesperación!...
Caminar por las calles de mi ciudad
elegida se transformó en un calvario, en el cual leer en todas las esquinas los
carteles en mi contra llamándome culpable de su muerte se convirtió en hielo
que horadaba mi alma y la llevaba a limites extremos de renunciamiento y
agonía.
Ya no quería caminar por esta ciudad, a
veces solo quería escapar lejos y sentir, aunque sea por un momento, la
presencia de un Dios que me abrazara y despertara mi ser de aquella pesadilla.
Nada lacera tanto como ser sometida a
colocar en una comisaría los dedos de cada mano para registrar las huellas
dactilares, solo por ser médica.
Nada humilla más que levantarse una
mañana y ver en la puerta de nuestro hogar anónimos llamándome asesina…
Nada pone a prueba los valores con
tanto poder como el de abrir el consultorio, antes siempre lleno, y ver la
soledad de sus paredes.
Nadie sabe del dolor al ver el
abatimiento, la bronca y la impotencia del hombre amado al ser, también el, y
solo por estar a mi lado, juzgado, avergonzado y herido de muerte en su
dignidad.
Esta larga y cruel historia se
convirtió en un libro de diecisiete capítulos en el cual yo hablaba de todo y
de todos; solo callaba lo que nunca hablare por respeto a mi paciente y a sus
hijos…
¡Todo hubiera sido tan fácil si
hablaba!.
Veinte marchas de silencio durante dos
largos años, falta de trabajo, dolor, humillación, vergüenza, traiciones..
Horas, días, meses y años de llanto no
pudieron con mi ética, mis valores y mi honor.
¡Convertirlos en un libro era para mí
la reivindicación social que tanto necesitaba y lo había logrado!.
El último capítulo hablaba del perdón
hacia todos ellos basado en el conocimiento de Dios, del cual yo estaba segura
había comprendido la esencia.
Durante esta historia El había
escuchado mis ruegos. Le pedí que algo bueno surgiera de tanta maldad y locura,
y entonces estas almas, la mía y la de mi cómplice de vida se encuentran…..
…Y se unen.
Eli es Pediatra, vivía junto a sus dos
hijos, Matías y Nahir y su esposo, en una convulsionada Buenos Aires, corriendo
sin ver el cielo y apenas encontrando en el interior de sus mundos, algo de
paz.
Ambas sabemos que su decisión de venir
a la Patagonia
en busca de una vida mejor para sus hijos, no fue casual.
Ella es un general de la luz. Sirve a
Dios y le obedece desde la niñez.
Nuestras vidas se encontraron cuando la
primera marcha de silencio en mi contra comenzaba. Se acercó a mí sin saber
siquiera si había realizado mala praxis o no, nunca me preguntó, nunca necesitó
esa respuesta para saber que no merecía tanta locura y humillación.
Me habló de Dios con una dulzura y un
amor por “ El Tata”, como ella lo llama, que empezó a interesarme conocerlo
más. Abrí por primera vez La
Biblia , ¡ me parecía tan aburrida leerla antes!, comencé a
sentir la presencia del Supremo en cada palabra; de pronto, todo lo que me
estaba carcomiendo mis raíces, tenia un sentido, un propósito, un fin.
Me llevó de la mano a la puerta que da
paso a la verdadera libertad, esa de la que habla Juan: “Conoceréis la verdad y
los hará libres.”
Me mostró el valor de mis valores,
restauró mi alma, devolvió mi sonrisa a mis hijas, volví a divertirme con la
vida y a reír a carcajadas.
Durante estos años, yo había olvidado
el ruido de mis risas, la fuerza de esta hermandad me recordó el sonido de la
paz.
Ella me instó a escribir ese primer
libro, me escuchaba cada vez que terminaba un capítulo, me alentaba y era
también, un poco suyo…
Y es que los médicos merecemos mas
respeto.
Lo merecemos por el estudio, por el
esfuerzo, por las horas robadas a los nuestros al lado del paciente.
Lo merecemos por ver todos los días el
sufrimiento y la muerte.
Existen quienes piensan en su mente tan
poco sensible, que al terminar de operar una mujer con cáncer de mama, nos
lavamos las manos y ¡ listo!, trabajo terminado. ¡Qué equivocados están!,
Nuestra mente no vuelve a casa, pregúntenles sino a los nuestros que muchas
veces no comprenden nuestros silencios, nuestra mente se queda al lado de esa
persona esperando que la biopsia revele esperanza.
Cuando están en juego dos vidas en un
parto difícil, no hay tiempo para dudar, temer, correr o llamar a otro. Todo
depende de ese segundo de decisión, y eso, no se enseña en ninguna universidad.
Cuando Dios me mostró tan claramente mi
falta de perdón, lo entendí todo.
Durante meses creía haber perdonado a
aquellos que habían causado tanto daño, ¡lo escribí en mi libro, estaban
perdonados!. Sin embargo, en las mismas paginas describía cruelmente sus
bajezas, sus errores, los ponía en evidencia, los maltrataba.
¿Y el perdón? No, no había perdón. Yo
no había perdonado.
Deseaba que el libro los juzgara y que
sus páginas lastimaran como espadas de doble filo.
¡ Con qué claridad Dios me mostró mi
error!. El esperaba más de mí, confiaba en mi entendimiento y en la obediencia
con la que yo intentaba vivir ahora.
Obediencia hacia un ser supremo que
ahora conocía y admiraba, amaba y veneraba, pero no comprendía aun el alcance
de su poder.
Perdón pide la palabra….
¡Es tan claro su mensaje a esta
humanidad que no entiende nada!
Si hoy viniera Jesús y sanara a los
ciegos, pensaríamos que los mismos están siendo pagos impostores trabajando
para él.
Mi amiga dice que Dios aceptó mi
renunciamiento a lo que era en ese momento mi reivindicación, mi carta de
triunfo, el libro que limpiaría mi nombre, y lo entendió como un acto de amor.
Dios sucumbe ante el amor porque El es
AMOR, y por eso transformó las células llevando a cabo mi pedido.
Ella me honra al plantearlo así, me
honra pensar que Dios haya escuchado mis ruegos y valore el amor de dos amigas.
Yo no creo que el milagro haya sucedido
por eso, creo que si clamamos con fe verdadera Dios escucha, y creo que
aprovechó con la inteligencia de un ser superior a enseñarme a perdonar de
verdad, a no ofender escribiendo sobre personas equivocadas, pero no malvadas.
El libro nunca fue publicado, y nunca
lo será. Gasté el dinero de la impresión literaria andando a caballo y
disfrutando de las frutillas recogidas en los lluviosos días del Bolsón con los
míos, mi amiga y su familia. Cuando llegué a mi ciudad retiré los cargos por
falso testimonio contra quienes lo había impuesto.
Dios nos había regalado ya dos perlas
para nuestra vasija: la primera lograda con la fe, el milagro realizado, la
batalla tomada en sus manos; la segunda: la paz del perdón…
¡Qué paz sentí cuando al llegar de mis
vacaciones hablé con quien más daño había causado pidiéndole cerrar esta historia!.
Hablamos en casa de Eli, una vez más,
entrecruzando caminos. Descubrí que ese monstruo que yo padecía hacia años era
una mujer como yo, que desconocía por completo el grado de dolor, daño moral,
económico y espiritual causado. Me pidió perdón con lágrimas en los ojos y
sincero arrepentimiento, y yo perdoné.
Las tres sentimos en esa charla la
presencia del espíritu de Dios.
La paz al perdonar es infinita, el peso
quitado devuelve la sonrisa al alma, el alma cambia de color, resplandece,
rejuvenece y sana todos los tejidos, calma y serena.
No hay cosa más bella que perdonar.
No hay amor más grande que el dado por
Dios hacia nosotros.
Esta historia de enfermedad y miedo
comenzaba a ser de bendición por el aprendizaje, por la fuerza del amor, por la
exaltación de la amistad y por la paz del perdón.
Segunda perla para nuestra vasija.
Perla que sanó el peor dolor de mi
vida, al intentar sanar el peor dolor en la vida de mi maestra.
CUARTO
CAPITULO.
EL
MIEDO.
Las paredes de un consultorio médico
encierran historias de vida y anécdotas,
dolores, llantos contenidos y confesiones a veces abrumadoras.
Ser ginecóloga logra abrir la puerta
para conocer aquellas miradas de tristeza y desasosiego que algunas mujeres
llevan como estigmas en su vida. Callan humillaciones, agresiones, amores
abandonados, abandonos sin amor, autoestimas maltratadas que no encuentran lugar
en su alma y pueden con ellas.
Yo amo mi profesión, otra vez la amo,
me llevó mucho tiempo volver a sentir deseos de trabajar y hacer de mi trabajo
un servicio a Dios.
Me llenaron de temor, me rompieron en
pedazos la vocación y las ganas de aprender y estudiar.
De pronto, me descubrí sin nada y me
llené de miedos…
Miedo a operar, miedo a un mal
diagnostico, miedo a una complicación, miedo a la presión social.
Salir de sala de partos y encontrar
diez o quince seres ávidos por saber si la nueva personita es nena o varón, si
está bien, si es sana, si su mama está bien…No es tan fácil como el mundo cree.
Nadie esta preparado para recibir una
noticia difícil.
Nadie comprende que el organismo humano
puede fallar, que a veces nuestra máquina no es tan perfecta como pensamos.
Para la gente, si algo falla, la culpa
siempre y primera, es medica.
No nos preparan para eso en la
universidad, no hay una cátedra de psicología para médicos, nos enseñan a
poder, siempre a poder, y después, la misma sociedad que nos exige no fallar,
se queja de la soberbia medica…!Ellos la crean!, nadie nos ve como a personas
comunes….
_La doctora no viene, esta enferma.
_¿Cómo que no viene, y yo que hago?,
¡tenía que controlar mi embarazo!.
Los médicos nos enfermamos, sufrimos,
padecemos de igual manera, nos duele la vida como a todos.
Miedo significa en el diccionario
perturbación angustiosa del ánimo.
Aparece la palabra angustia.
¡Cuánto nos dice una simple definición!
Angustia extrema por momentos cuando la
fe flaquea.
Pensar por un instante que quizás, solo
quizás, Dios cambió sus planes y entonces quedamos a la deriva, sin rumbo,
caminando sobre el agua pero sin sentir la presencia de nuestro hacedor.
En esos momentos es muy difícil
levantarnos. La fe edifica y sostiene en la incertidumbre; Cuando se perturba
nuestra fe con lo cotidiano, con los continuos mensajes de vacío social y falta
de entendimiento, entonces es cuando nuestras murallas caen y tomamos contacto
con esa angustia llamada miedo que nos quema como un fuego abrasador.
Hace cinco días, un año después de las
dos primeras biopsias, viajamos nuevamente a Comodoro Rivadavia a ver a nuestro
colega dermatólogo.
Son veinte las lesiones actuales que
lastiman la piel de mi amiga.
Son veinte las lesiones que hoy ponen
en riesgo su sensación de sanidad.
Son veinte las lesiones que provocan
miedo, incertidumbre, bronca, y como el mar golpeando fuerte y tenazmente sobre
las rocas, socava el alma en esos días grises donde las nubes oscuras no
permiten ver el arco iris que Dios nos regala cuando caemos.
En estos días, no encontramos su
símbolo de alianza cuando levantamos nuestros ojos hacia el celeste y
misterioso hogar del sol.
Aun así, nuestra fe esta intacta,
porque sabemos de su promesa, de su fidelidad.
Eli me dijo hace unos días: _ No
esperes todo el tiempo señales, ¡ no es así ya! Dios no necesita darte de comer
en la boca como a los bebes, ya creciste, ya sabes de su poder, de su
presencia. Mira el cielo, el mar, cada día y cada noche, ahí están sus señales…
Y tiene razón, su promesa no debe
olvidarse, ¡nos acostumbramos al
milagro!, y pedimos mas, siempre mas.
Es verdad, mi fe flaqueo por estos
días, pero ahora esta de otra vez firme.
Por momentos sentí mucho miedo de perder a mi cómplice de vida,
solo pensarlo lastima mi ser y lo condena a una lejanía absoluta y a un vacío
desolador.
De las veinte lesiones, nuestro colega
decidió biopsiar una.
Yo se lo que duele en Eli una cicatriz
mas en su cuerpo.
Yo vi su rostro denotando bronca y
desasosiego en ese momento.
Ella conoció la palabra miedo con esta
enfermedad.
Ella es una guerrera de la luz como no
he conocido otra,
Libró ya muchas batallas, conoció el
amargo sabor de la soledad, el desbastador símbolo de la traición; peleó
batallas propias y muchas, muchas ajenas, innecesarias, egoístas.
Siempre permaneció en su puesto, sin
dudar jamás en seguir caminando por este difícil camino de obediencia ordenado
por Dios.
Ayer, mientras estudiábamos La Biblia , ella nos enseñó una
palabra griega que simboliza el sentido de nuestras vidas: ANASTROFE.
Nos explicó que implica el permanente y
constante fundirse en Dios y con El perdiendo los contornos, y entonces, todo
se llenó de sentido.
El miedo se comporta como la oscuridad,
crea láminas que envuelven nuestra fe como si fuesen capas de necedad y de
dudas hasta opacar su luz.
Si desconocemos que estamos todo el
tiempo siendo invadidos en nuestro ser por un Dios tan poderoso, perdemos el
rumbo y nos arrolla el miedo.
El objetivo de la oscuridad se cumple.
El miedo paraliza, entristece, agota y
destruye la seguridad de saber que lo pedido esta dado, en definitiva, destruye
nuestra fe.
Nosotras tratamos cada día de fundirnos
en y con Dios, y sabemos que El no se dañaría a si mismo, ¡su palabra lo dice!.
Por eso, aun cuando no sabemos todavía
el resultado de la biopsia, nuestra seguridad y paz son absolutas; Esperamos en
El, esperamos como soldados su estrategia, su poder, su siguiente orden.
Aprendimos las dos, en batallas
peleadas solas y en esta que batallamos juntas, que los fuertes tienen miedo,
los que dudan tienen miedo, los inmersos en una dura lucha tenemos miedo, y
esta bien que lo tengamos, porque la paz que da extraer de encima de la fe las
capas de angustia que la cubren, es un trabajo que solo realiza nuestro creador
cuando los que tememos decidimos fundirnos con El y pelear a su mando.
Esta es la tercer perla de nuestra
vasija…
El miedo transformado, convertido en
paz.
QUINTO
CAPITULO.
Veintiuno de febrero inmerso en una
mañana resplandeciente de sol.
Hoy es un bello día, es un día que
siempre recordare; Hace seis años, por primera vez, mi nombre adquiría otro
nombre: mama.
Bianca llego a este mundo de madrugada,
sin pedir permiso, sin avisar, metiéndose en nuestras vidas con la misma
intensidad con la que vive cada día, con la misma luz con la que alumbra mis
noches y las fortaleció en aquellos duros momentos de enjuiciamiento y
humillación.
Sus enormes ojos azules abrían los míos
cuando la tristeza los cerraba, su risa y su picardía sostenían mi sonrisa
tenue, opacada por el dolor.
El milagro de la vida solo se entiende
cuando aparece la palabra Dios.
Conozco cada paso en la formación de un
bebe por mi profesión, he realizado muchos partos; Sin embargo siempre me
maravillo al extraer de un ser humano otro ser, formado y alimentado con la
savia materna que lo hace tesoro tan preciado.
¡Cuánto sabemos Eli y yo del valor de
la vida!.
Recuerdo que cuando nos conocimos, ella
me decía que yo vivía de un modo alocado, extremadamente rápido, en el límite;
mi contestación siempre era la misma: _ Yo aprendí, al ver a mi paciente de
treinta y seis años morir en tres horas aprendí que la vida es un regalo, y que
no tenemos derecho a perder el tiempo.
Sin dudas mi paciente marco en mi un
antes y un después en la valoración de este paso por el mundo.
Cuando mi amiga entendió la palabra
cáncer, comenzó a reconocer la cercanía de la muerte, y no teme por eso, lo sé,
ella anhela ver a su creador; Teme por los suyos, por nosotros.
Comprendió el enorme tesoro que tiene
entre sus manos cada día al despertarse y ver desde su ventana la estremecedora
presencia de Dios en la inmensidad del mar…
A veces de un celeste bordado con hilos
de plata que maravillan nuestras retinas, otras con la fuerza de un gris bravío
soportando el asedio de olas irrespetuosas, o pintando de múltiples colores su
continente mostrándonos la calma del Supremo en su silencio.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”
¡Que bella la palabra de Jesús!
El camino que simboliza nuestro
peregrinar en un mundo donde los valores no están de moda.
El nos muestra el sendero, el que El
caminó en su paso entre nosotros.
Nos insta a ser o al menos intentar
parecernos a un Jesús conmovedor, recto, digno, gozoso en el dolor porque
comprendía y conocía la promesa del Padre.
Solo debemos seguirlo en ese camino y
entonces la verdad aparecerá ante nuestros ojos con la fuerza de un volcán.
Largo camino este que lleva ya más de
un año de biopsias que horadan la piel y el alma de mi amiga, largo camino el
de cada control a dos mil kilómetros de los nuestros con las manos apretadas al
entrar al consultorio de nuestra colega.
Largo y difícil camino que parece tan
sinuoso y lleno de obstáculos cuando aparecen lesiones nuevas que logran por
momentos opacar la luz de nuestra fe.
Pero El es el camino, y aun en el
pantanoso, sabemos que somos más que vencedoras en Jesús.
“Soy la verdad y la vida…”
La vida que juntas bebemos de un sorbo
todos los días, haciendo de ella algo especial, ensayando mil formas de
encontrarnos para compartir un atardecer pintado de colores calidos de un sur
que fascina, con cielos propios que no necesitamos buscar elevando el rostro
porque inunda cada ventana de un modo distinto en cada ocaso.
El milagro de la vida se reconoce en el
espejo de la muerte.
En Eli tomo fuerzas cuando decidió
empuñar la espada para ganar la batalla, cuando se lleno de dignidad peleando
con miedo pero sin huir, cuando hizo de su vida un motivo de alegría para
otros, de ejemplo para otros, un sereno sitio donde cobijar el alma de los que
ama…
Cuando aprendió a vivir de tal manera
que el mundo sabe y reconoce que es verdaderamente libre iluminada por la luz
celestial, cuando se ríe del dolor en los momentos mas dolorosos confiando,
confiando y volviendo a confiar en la fuente de vida que la cobija.
Esta es la forma en que mi hermana
pelea y vence cada día, es la manera que eligió para ganarle al cáncer, es para
mi la verdadera perla de nuestra vasija, su vida, aun en plena batalla, aun en
medio de la incertidumbre, con llantos de temor a veces y sonrisas de alivio
otras…
Su vida, integra y absolutamente
consagrada a Dios.
SEXTO CAPITULO.
¡Qué larga es la noche cuando nuestro
corazón se siente solo!
¡Qué camino angosto y oscuro este que
penetra en nuestro interior y no respeta espacios!
Las aristas de la soledad lastiman nuestra
vida aun cuando estamos finalmente acompañados.
La fuerza del no tener, del no mirar
para no ver que no hay nadie mas, el temor de no ser esperado, no estar
planeado, no sentirse amado, rompe todas las fronteras de la seguridad como
ser.
Empequeñece y agobia, crea murallas de
las cuales asomamos nuestro rostro solo para respirar algo de ese aire de
encuentros, con la fragilidad del cristal en nuestras sensaciones, motivo por
el cual, aun cuando de verdad deseamos salir, volvemos a refugiarnos en nuestra
oscura cárcel de cristal construida para protegernos del desamor.
Yo se de soledad, indiferencia y
desamor…
Se de oscuras noches de abatimiento
extremo y de no querer seguir; ¡lo viví tantas veces antes de conocer a Dios!,
¡lo viví tantas veces antes de conocer a mi amiga!
Con ella juntamos soledades y rompimos
las murallas, pero a veces, cada una de nosotras vuelve a visitar ese sitio que
sirvió en algún tiempo para no sentir dolor.
Hoy es uno de esos días, hoy mi mundo
se reduce a…nada.
Pienso en todo lo vivido y lo no
vivido, en todo lo realizado, en todo lo que debería hacer; trato de afianzar
mi fuerza y sentarme a orar….y no puedo orar.
Conozco de Dios todopoderoso, conozco
su dulzura y su atención para conmigo, se de su misericordia y su cuidado, y
aun así no puedo orar.
¡Que crueles somos los humanos, los por
El creados, para con El!
¿Sentirá Dios tanto dolor como nosotros
frente a nuestra indiferencia y desamor?
Hoy estoy muy cansada y pienso en mi
amiga. ¡Qué cansancio el de ella! ¡Qué soledad frente a esta soledad que no se
entiende!
Que difícil explicar tanta angustia a
aquellos que decidieron negar para no sufrir.
Recuerdo una charla en la cual
discutíamos su decisión de esperar o no para viajar a Buenos Aires a ver un
especialista:
_¿Pero al final, tengo o no tengo
cáncer?
_¿Es cáncer pero es del bueno?, ¿Cómo
entiendo eso?, ¿Le doy importancia o no se la doy?, ¿Estoy exagerando?, ¿Y si
estoy exagerando para que voy a Buenos Aires?
Mi amiga no es una persona fácil de
convencer; Tiene una inteligencia sustentada en mucha cultura, gran
conocimiento de Dios y experiencias aprendidas, todo eso traducido en sabiduría
basada en el dolor.
Del otro lado, yo, tratando de ubicarla
en una situación que también desconocía, y pidiéndole a Dios las palabras
exactas para calmar su ansiedad y convencerla de comenzar a estudiar sus
lesiones.
_ Tenés cáncer y el cáncer nunca es
bueno, pero Dios toma esta batalla en sus manos , ¿te acordás?. Vos me
enseñaste que El nos dio la inteligencia para luchar y crear estrategias, eso
es lo que debemos hacer, El va a ir con vos a Buenos Aires, pero vos debes
decidir ir, no decide por vos, El nos deja elegir.
Comprendí mucho tiempo después la
soledad que mi amiga sintió en ese momento.
Me enojó durante mucho tiempo que me dijera
que se sentía muy sola en ese miedo,!si yo estaba siempre!.
Ahora lo entiendo, ese desierto del
cual ella habla, donde Dios te lleva para realizar la obra de perfeccionamiento
en cada uno, y donde solo puede divisarse la presencia del amigo como una sombra
allá, lejos, esperándonos con un vaso de agua, pero sin poder entrar.
Soledad en el miedo, soledad en el
dolor, soledad en las lesiones, soledad en la familia, soledad en la pareja,
soledad en la iglesia, soledad en el hospital donde trabaja, soledad porque no
saben, no entienden, no quieren saber, no saben que decir, no pueden, soledad
de aquellos que al verla sonreír piensan que ya paso todo.
Soledad que engrandece el amor de Dios.
Dios no la abandono jamás,
Cubrió cada una de sus lesiones con su
manto de sanidad, llenó sus días de afectos, de mimos, se encargó de aquellos
que lastimaban a mi amiga sin respetar su enfermedad, le llenó la mirada de
luz, la resplandeció con amor del bueno, perfecciono su alma y su corazón.
La primera vez que viajo a Buenos Aires
yo me quede con sus hijos. Escribí en una carta que le entregue que me quedaba
acá con ellos, que ahora eran míos, y me iba con ella, tomando su mano fuerte,
fuerte, para que no se caiga.
Se que tomó mi mano, se que la toma
todo el tiempo porque siento su calor en ellas.
Es un gran honor el mío haber aprendido
que aun en la puerta del desierto es bueno para la otra persona que uno esté;
Es un honor que alguien que pelea tan
dignamente no suelte mi mano; Es un
orgullo haber podido encontrar la manera de hacer un poquito menos solitario
este camino.
Es un aprendizaje de vida el de Eli, es
una soledad que ya no está tan sola; Es una soledad donde puede cobijarse
cuando lo necesita pero de la que puede salir porque hay quienes la esperan .
Ella me enseñó con su enfermedad a
saber esperar y respetar espacios.
El cáncer le enseño a ella a saber
pedir a los demás lo que realmente la conforta.
Si alguien ama a un ser querido con
esta enfermedad, debe ponerse a su disposición, abrir sus ojos, su mente, su
corazón, aceptar los momentos de mal humor y también de soledad….y estar,
estar, que se note, y que el otro lo
sepa.
Si alguien ama a quien pelea contra el
cáncer, debe poner a los pies de Jesús sus incertidumbres cuando no hay
respuestas. El se encarga de contener nuestro ser para fortalecer nuestras
manos tomadas por el otro.
Esta es nuestra quinta perla en una
vasija de sabiduría basada en el amor a Dios.
La soledad que enseña, que perfecciona,
que acerca al Padre.
La soledad que puede compartirse si se
une a la amistad y se aprende de ella.
SEPTIMO
CAPITULO.
EL
DESCONCIERTO.
¡Ay Dios todopoderoso!, ¿Cómo se hace
para contener cuando nuestro corazón esta agrietado por la desesperanza?
El desconcierto es sin dudas un
pedacito de nuestra falta de fe. Sabemos que todo va bien pero…
Quinto control realizado en Buenos
Aires. Las lesiones son superficiales, todo esta manejado por la ciencia y sin
dudas por las manos sanadoras de nuestro Señor.
Se decide una nueva medicación, más
agresiva, con quimioterapia local para terminar mas rápido con este enemigo.
Eli pensó, quizás por sentir que Dios
ya había curado su piel, que esto no sería necesario, y al ver que no era así,
su ánimo cambió.
Retornaron las preguntas, las dudas, la
bronca y el desconcierto.
No fue así para mi allá en Buenos
Aires, yo sentí alivio de saber que al fin seria mas agresivo el tratamiento
porque sé del accionar de la droga.
Llegamos a nuestro sur y vivimos días
de muchos grises. Dolores profundos, heridas abiertas, otra vez el
desconcierto, la falta de comprensión de aquellos que deberían amar y cubrir a
mi amiga con su vida misma, cuestionamientos que avasallaron su humor, su fortaleza,
su calidad de momentos….
Y en el medio, la presencia de una
enfermedad crónica que carcome día a día la alegría y las ganas de creer.
Una enfermedad en la vida de una mujer
que la convierte en una participante impensada de un juego tan difícil como
misterioso…
…El juego donde el premio es la vida.
El desconcierto y la tristeza llegaron
a mí en un tibio mediodía de abril donde la brisa celeste de un profundo y
celeste mar se confundió con la angustia de mi amiga por su nuevo tratamiento.
Yo sabia que comenzaría a hacerlo ese
día y creí estar lista para contenerla hasta que vi su rostro marcado con el
vendaje que cubría a la crema en una de sus lesiones…Y ahí, mi alma, por
primera vez en esta historia, se rompió en mil pedazos como un cristal sometido
a la furia de una piedra sin sentido ni lugar.
Mi mente al instante recogió los trozos
intentando que no exprese mi cara lo que sentía mi corazón, concedió la
expresión su lugar a la razón, y volvió rápidamente a mi la seguridad de la
batalla ganada, pero….
¿Y mi dolor por ver a mi mitad de alma,
a mi amiga reflejando en sus vendajes su soledad y su desconcierto?...
¿Su bronca por las marcas, su miedo?,
¿su necesidad de abrazo, sus ojos color cielo enrojecidos por lagrimas llenas
de retazos de luchas viejas y actuales?
¡Qué bronca inmanejable!, ¡Qué hastío!,
¡Qué ganas de gritar basta Señor, ya está bien, ya hemos mostrado nuestra
obediencia, nuestra fe, nuestra espera en vos!
¡Ya es hora de borrar estas huellas de
fango en la vida de quien te ha seguido desde siempre!
No supe, durante muchas horas, como
orar ni que pedir.
Desconcierto, ese fue el único
sentimiento puro que apareció en mi; ¿Pedir sanidad?, ¡ya estaba dada!; ¿
Pedir ……qué?
Solo se me ocurrió pedirle a Dios que
le de a mi amiga momentos de alegría, una tregua, un poco de paz…
Y una vez más, El concedió lo pedido.
Su segundo día de tratamiento fue
cómplice junto a mi de situaciones muy divertidas y atípicas. Quedaran en
nuestras mentes las causas de nuestras risas pero una vez mas nuestro Padre nos
regalaba su amor.
El desconcierto es uno de los
protagonistas principales en las historias de aquellos que llevan un cáncer en
su cuerpo. Existen muchos momentos donde nada convence, nada alcanza, nada
sostiene, ni siquiera la inmensa fe; Momentos de grietas profundas y profundos
pozos sin luz, de noches sin sonidos de silencios y de mañanas sin sol…
Momentos en los cuales aquellos que
padecemos el cáncer por medio del espejo del amor al otro, doblamos nuestras
rodillas y clamamos a Dios su presencia, su arco iris, su misericordia y su luz
para serenar nuestro espíritu y tomar las manos de nuestra persona amada
elevándola del pozo con la misma fuerza con la que su fortaleza en esta lucha
nos eleva a los que estamos a su lado.
Esta perla es difícil de contemplar
pero igual de valiosa, porque si desconocemos que a veces somos vulnerables en
nuestra certeza, no podemos encontrar la manera de cambiar el desconcierto en
algo cierto, y nada, nada sucede si no creemos que puede suceder siempre y
obviamente en Dios; Eso se llama certeza, eso se llama fe…
Fe en medio de la oscuridad, fe en las
garras de la tristeza, fe en la impotencia de lo adverso, fe en la desesperanza
del desconcierto…
Fe en quien todo lo puede y nos dijo
hace ya un tiempo que “todo va a estar bien”.
Sentimos la lejanía de lo cierto, es
verdad, ambas lo sentimos.
Vivimos agobiadas por estos días con
las demandas ajenas, es difícil que los demás comprendan que solo deseamos
pelear esta batalla porque es la mas larga, y cínica; la mas traicionera y
vulgar, la que mas desconcierta.
Pero hoy comprendí que esta bien sentir
desconcierto, ¡estamos a horas de la
Pascua y lo cierto esta tan lejos!.....
Lo cierto es que Jesús era como
nosotros, le dolía el cuerpo como a nosotros, su sangre tenia nuestro rojo
color…El mayor sacrificio que Dios hizo no fue como todos creemos entregar a su
hijo, al perfecto, al primogénito, al
único hecho a su semejanza a morir en una cruz; el mayor sacrificio fue
mandarlo a ser durante treinta y tres años uno de nosotros, con condición de
hombre , solo para comprender a su creación desde nosotros mismos, permitir que
Él fuera menos que el Dios que era, solo para que entendiéramos desde el la
obediencia que Jesús ya conocía.
Murió por amor y dudamos.
¡Que desconcierto el suyo, adonde mirar
si hasta su Padre desvió su rostro y lo abandonó!.
Sin embargo renació, y sus heridas
sanaron, porque Dios lo quiso, Dios lo decidió.
El mismo Dios que tomó la piel de mi
amiga en sus manos, el mismo que tomó esta batalla en sus manos.
Ahora si, lo incierto se ubicó en su
lugar de certeza, ahora si, conseguimos en El otra perla para llenar nuestra
vasija.
OCTAVO CAPITULO.
Son las ocho treinta de un martes de
abril gris y opaco, en una ciudad desgastada por las noticias que abruman por
su carencia de humanismo.
Peleas de unos contra otros,
agresiones, vejaciones…. ¡Tanta falta de
Dios!
Si aprendiéramos a sentir por el prójimo
ese amor que Jesús nos regaló, ¡El nos llamó amigos!
¡Qué dignidad frente al dolor, al
sufrimiento y al descrédito!.
Dignidad es para mí una de las palabras
más fuertes de pronunciar, es lo que hace a una persona merecedora de la fe.
Cuando somos dignos, aprendemos del
dolor, transformamos todo, generamos paz.
La dignidad levanta nuestra cabeza aún
cuando nos coloquen en ella una pesada piedra para cargarla sin preguntar
siquiera si es nuestra o si deseamos llevarla.
_Si te sentís mal andate Eli, andá a
descansar.
_De ninguna manera, me quedo hasta el
final.
Domingo de Pascuas.
En la iglesia, cantando y alabando a
Dios.
El comienzo de la medicación acompañado
por tristezas personales y soledad de amor, transformaban el rostro de mi amiga
en una pintura que reflejada en las manos de un artista sobre su lienzo
describía el cansancio de los colores de otoño.
Me conmovió su dignidad, una vez más,
me conmovió.
No dejaba su puesto, no abandonaba su
alabanza a Dios, no nos abandonaba a nosotros, sus compañeros en el grupo de
adoración, que aprendemos de su música y su voz.
Ella es, además, líder del grupo de
jóvenes.
Luchó mucho por su ministerio, luchó
hasta con el descontento de sus más allegados.
Cada uno de los adolescentes que acuden
a ella, son transformados en sus manos con la paciencia y amor de un alfarero
por su obra.
¡Ellos tienen tanta fuerza y risas!,
sin embargo, al estar llenos de carencias afectivas, económicas y sociales a
veces no se descubren fuertes y ahí está mi amiga, elevándolos, cuidándolos,
mostrándoles que importantes son.
Durante éste duro año de su vida, con
su cáncer en su cabeza cargándolo como plomiza piedra, Eli consiguió que sus
jóvenes formaran una banda y grabaran; logró extraer de la oscuridad a algunos
de ellos, convirtió a otros en soldados de la luz, disciplinó con infinito amor
a los que equivocaban el camino, les regaló días colmados de playa, de mar del
sur, fogones a la luz de la luna donde enseñaba la palabra de Dios; enalteció
sus dones, los hizo dignos mostrándoles a ellos su propia dignidad frente al
cáncer, superando sus miedos, sus broncas solo por ellos, revirtiendo la falta de interés de la iglesia por los
jóvenes, todo, sin bajar los brazos y dejando su carga de lado.
Eli aprendió que la dignidad es sonreír
al salir de un consultorio médico, conoció los rostros confundidos de aquellos
que viendo sus lesiones, la escuchaban cantar alabanzas a Dios.
Hace unos días, me prestó un libro de
Sábato que termina diciendo “El mundo no puede con aquel que canta en la
miseria”.
¡Que sabiduría, que sentido de la
dignidad!
Nunca en todo este tiempo la vi caer,
nunca, ni siquiera en los momentos de llanto o desamor, porque el amor de sus
jóvenes llegaba a oleadas por mensajes de textos cuando viajábamos a sus
controles. Ellos la sostienen también, agradeciendo con la pureza de lo no
adulto, tanto amor y dedicación para con ellos.
Hace unos años, uno de sus adolescentes
más rebeldes comenzó a ir a las reuniones, todo lo cuestionaba y nada se
lograba con el, estaba totalmente apartado de Dios y conoció lo oscuro del
camino, hasta que después de mucha comprensión y paciencia por parte de ella,
empezó a tocar su guitarra en el grupo de adoración.
Pasó el tiempo y su rostro, siempre
oculto tras su largo y rebelde cabello, empezó a mostrar su sonrisa. Comenzó
también con Eli las clases de Bautismo en las cuales yo lo conocí.
Aprendí a tener en el un gran amigo. Me
sorprendió su entendimiento a los 18 años de la luz y el poder de Dios.
Nos enseñamos mucho juntos, aprendimos
mucho de nuestra maestra, comenzamos a sentir un enorme placer al juntarnos a
aprender la Palabra
de Dios, y concluímos nuestras clases bautizándonos en el lago Buenos Aires, en
Los Antiguos, un sitio majestuoso elegido por los ancianos indígenas por su paz
para descansar de su camino de vida, con la cordillera como fondo de un manto
calmo y lleno de luz.
Nunca olvidaré ése día, el día en el
cual Jeremías y yo nos convertimos en verdaderos ciervos de Dios y nos
perdonamos a nosotros mismos.
Nunca olvidaré que mi maestra, mi
amiga, mi hermana, estaba allí, con nosotros, a pesar de llevar su pesada carga
en sus hombros, mostrando alegría y orgullo, pero sobre todo, una inmensa
dignidad de quien se sabe hija de un padre que no abandona.
De quien se sabe un digno general de la
luz.
Jeremías se convirtió en líder de los
jóvenes, en líder del grupo de adoración, y un día de abril partió a La Plata a estudiar.
Se fue preparado para mostrar su luz.
Fue tan pleno nuestro encuentro con
Dios al escuchar lo que Eli nos enseñó que seguimos después de bautizados
reuniéndonos en clases de discipulado con ella, expusimos en la iglesia lo
aprendido y sentimos que muchos pudieron llenarse de paz.
Mi amiga preparó, sostuvo, discipuló y
enalteció a dos personas que antes de llegar a Dios, habíamos equivocado muchas
veces el camino.
Todo lo hizo con un cáncer de piel en
su vida, con un grado de renunciamiento que yo sé, causó gran dolor aún no
sanado en ella, con una dignidad ante lo imposible y soportando con un
estoicismo lleno de angustia, situaciones del alma que sólo Dios podrá
restaurar…
Todo, por nosotros dos, solo porque
cree ver en nosotros, personas dignas del Señor.
A veces me pregunto si conoce su fuerza
y su dignidad, creo que no, no es consciente de cuanto vale su mirada llena de
luz, cómo, en un momento donde la mayoría de los hombres y mujeres que padecen
un cáncer solo pueden a veces con él, ella cambió la vida tantos seres con su
dignidad ante lo adverso.
Esta perla de nuestra vasija es
especial, porque mientras escribo este capítulo, siguen sucediendo dolores muy
profundos en su vida y sigue, mi hermana siendo, como puede, casi sin fuerzas,
de bendición para los que vemos su amor a los otros en ella.
Dignidad en la enfermedad, así también
se le gana al cáncer.
CAPITULO NUEVE.
EL
CANSANCIO.
“…Esperar en ti, difícil sé que es, mi
mente dice no, no es posible, pero mi corazón confiado está en ti, tu siempre
has sido fiel, me has sostenido…”
Estoy conmovida escuchando una canción
de un cristiano que en su peor momento escribió ésta oración para mi Señor.
Es una tarde de viento que facilita el
sentarse a escribir.
El viento de la Patagonia es a veces
impiadoso. Durante días permanece en nuestros oídos y modifica nuestras vidas
sin importarle nuestro cansancio frente a él.
Y me acuerdo de mi amiga, una vez más.
¡Qué impiadoso es el cáncer con
nosotros!
¡Qué larga enfermedad ésta que avasalla
con nuestras fuerzas y nuestras ilusiones!
Sus fuerzas, sus ilusiones.
_ ¡ Este no es tu cáncer, yo lo tengo,
a mí me arden, me duelen las lesiones de mi piel, yo lo padezco!
¿Cómo, cómo hacerle saber que a mí
también me arden sus lesiones, que mi alma llora cuando su alma duele?
¿ Cómo, si en realidad tiene razón y el
cáncer no tocó mi puerta sino la suya?
……
“Venid a mí los trabajados y cargados
que yo los haré descansar”.
¿Es cierto Señor?, ¿ Y porque no hay
tregua, no hay días sin dolor, sin lesiones, sin cambios de humor…?
¿Por qué no hay paz en la tormenta como
creemos al creer en tu grandeza?…
El cansancio de mi hermana está
reflejado en sus ojos.
Ojos color cielo que transparentan su
luz y hace días que están opacados por el extremo cansancio, es cierto, no solo
es el cáncer lo que opaca su vida, pero esta batalla tan desigual, agota; y
entonces recuerdo a Jesús, ¡cuánto sufrimiento y que impiedad para con él!.
Nada alcanzaba, desgarraban su carne con latigazos, horadaban su cuerpo con
clavos y espinas!, lo golpeaban, apedreaban, y más, y más, nada bastaba, nada
alcanzaba para saciar la maldad…
“Eloi, Eloi, ¿ lema sabactami?”.
No hay otra frase que conmueva más a mi
corazón.
Cansancio extremo el de Jesús, y
absoluta incomprensión.
Absoluta fe y amor también, absoluta
seguridad de que en Dios todo es posible, y que como su hijo nos dice: “Llevad
mi yugo porque mi carga es ligera”.
El sabía lo que el Padre pide: fe,
absoluta y plena fe, fe ciega. Cuando le pidieron a Jesús que despierte a una
niña ya muerta, el la despertó.
¿ Será que a veces creemos que estamos
muriendo y solo estamos dormidos en nuestra fe?.
Sábado de abril con un sol de otoño que
provoca cálidos momentos compartidos, sensaciones de paz y de armonía en
nuestras mentes a veces tan preocupadas y ajenas a la maravilla de la
naturaleza.
Hemos perdido la fuerza para levantar
nuestro rostro hacia el cielo, hemos dejado de mirar las estrellas, hacemos de
la luna un motivo de nostalgia y al sol, lo ocultamos con nuestras creaciones
químicas que opacan su luz.
Suena el teléfono de mi casa, es el
esposo de mi amiga:
_ Hola Marisa, ¿fuiste a ver a
Elisabet?
_ No, todavía no, pero pensaba ir en un
rato, ¿por qué?.
Eli estaba realizando una guardia en el
hospital, guardia que no le correspondía porque está con horario reducido, pero
que aceptó hacer por compañerismo.
_ Es que está muy mal, hoy tiró toda la
medicación, la encontré en la basura, escondida.
No creo poder explicar el sentimiento
que me embargó.
No creo poder explicarlo nunca.
Un año y medio de pelea cayó sobre mi
cabeza y me cegó la bronca, la impotencia, ¿la furia?. Me desconocí, perdí el
límite de lo que podía o no decir, debía o no decir, olvidé todas las maneras
de llegar hasta mi hermana del alma, no pensé ni me importó lastimarla.
Me subí a mi auto y busqué la
medicación en su casa. Fui al hospital y era tanta mi bronca que sentía que el
corazón me iba a estallar.
Puse las cremas frente a ella, _ ¡Qué
egoísta sos, qué egoísta!, ¿ cómo hiciste algo así?.
Eli me mostró en su rostro la mezcla
perfecta de ira y dolor. Se levantó y se fue, creo que lo hizo para no herirme.
Volvió y nos dijimos cosas muy duras.
Nosotras no discutimos casi nunca, ¡ ambas nos cuidamos tanto y con tanto
amor!.
Yo no podía comprender que nada le
importara; que no le importaran sus hijos, su amiga que peleaba con ella desde
el principio codo a codo, ¡ su vida!.
_ ¿ Qué me enseñaste?, ¡ no entendiste
nada, sos igual a todos, sos igual!
¡Qué tristeza, qué desasosiego, qué
cansancio el de mi amiga!
Que rostro de desconcierto y cuántas,
cuántas lágrimas para explicar su hastío, su pena, su incomprensión por todos
nosotros, si por todos.
_ Yo sabía que si alguna vez tenía
cáncer, me tendría que ir.
Ella pensó eso alguna vez.
¡ Cómo permitimos que el que sufre
sienta algo así!
Cuando su esposo llamó, yo me enfurecí,
hoy me pregunto porque lo hice contra ella, no lo sé, Eli dice que cuando pensé
que abandonaba, el cansancio también
llegó a mi; yo no sé, espero que algún día Dios me ayude a comprender porque
agredí a una parte de mi alma, a quien tanto quiero y por quien lucho.
La agredí mucho, la insulté y no me
importó su dolor, solo el mío.
Por momentos creo que me aterroricé;
creo que solo pensar en perderla así, por su decisión, no estaba en mi mente
como posibilidad.
Acepto la voluntad de Dios porque sé
que lo que El decida será lo mejor para mi amiga pero sólo por voluntad de El,
¡ no de ella!. Sólo si Dios así lo quiere aceptaría (creo), perderla.
También me he preguntado porque una
parte de mi no se arrepiente de haber actuado así, siento que también ella
debía conocer mi decepción.
Hoy, Eli me dijo que pensó que al
volver ya no me encontraría. Yo no me moví de la silla. Esperé que regrese aún
sabiendo que iba a tener que enfrentar su enojo, y es que yo jamás me iré,
jamás me alejaré, yo seguiré tomando su mano fuerte, fuerte y, aún cansándome,
ésta seguirá siendo mi pelea.
Que cansancio el de una persona que
vive con el cáncer en su vida, en su piel, con la impotencia al sentir el dolor
por el tratamiento al bañarse, Un acto cotidiano en el que nadie piensa y que
es para ella ahora doloroso física y emocionalmente.
Y si, también lo es para mí, esa
sensación tomó fuerza estos días, ojalá mi amiga lo sepa con la certeza con que
yo lo siento; mientras se bañaba y me expresaba con bronca como dolía al caer
el agua sobre su piel , yo estaba en la puerta del baño, del otro lado, una vez
más en la puerta del desierto y sin poder entrar.
Dice la canción que aunque tardare la
respuesta yo confiaré en su providencia, El siempre tiene el control.
¡ Qué difícil es esperar en El!, pero
yo tengo claro que El tiene el control y la sanidad está prometida.
También tengo claro en estos días que
todos somos tan egoístas como lo es la persona que sufre el cáncer, y todos
tenemos algo de razón.
Cuando quien padece una enfermedad
larga y agobiante debe fingir, ocultar su miedo, mostrarse en su casa con una
fortaleza que quizás ése día no tiene, sonreír ante la mirada temerosa de sus
hijos asegurándoles que todo está bien, cuando su pareja no puede con su cáncer,
cuando la persona que sufre debe contener, entonces la batalla se torna muy
dura, el cansancio lleva a la depresión enmascarada, a la desazón absoluta.
Yo llamé egoísta a quien DEBE serlo.
No existe otra manera de ganarle a éste
enemigo que no sea cuidándose a uno mismo, solo que los que estamos a su lado
debemos recorrer un largo camino de aprendizaje para aceptar y aprobar,
olvidando muchas veces nuestra necesidad por el otro, ese egoísmo que envuelve
a la persona y la cubre del frío extremo que el cáncer produce en su ser.
Mi amiga carece de egoísmo, su vida
está consagrada a los demás.
¡ Cuánto lamento haberla llamado así!
Esta perla es muy pesada, como una
piedra difícil de transportar, el cáncer gana por cansancio, pero no a
nosotras, porque descubrimos su estrategia; nos cansamos, pero aún así,
seguimos esperando pacientemente en Dios; nos cansamos, pero la próxima vez no
nos lastimaremos porque aprendimos y sabemos que El siempre tiene el control…
Nos cansamos, pero entendimos: “Llevad
mi carga porque es ligera…”
¡ Cómo no llevarla, si Jesús carga el
extremo más pesado!.
Amén.
CAPITULO DIEZ.
Orar frente al majestuoso paisaje del
mar llena el alma de paz.
Comprobar cada día colores nuevos
inventados por nuestro creador regalándonos cielos confundidos con olas de un
frío gris, provoca sentimientos encontrados hoy en mí.
Son las ocho horas de un viernes ya
cansado antes de empezar la jornada.
Desde mi auto, llego a este lugar para
hablar con Dios y lo veo: pintando el horizonte, con el naranja que se funde
con hilos dorados y un fondo oscuro abriendo grietas de plata y transformando
la noche en mañana rosada, allá en el horizonte de nuestro frío mar patagónico;
Si, lo veo, nuestro Padre está allí, en esas madrugadas que embriagan nuestros
ojos y nuestro espíritu dándonos esa bocanada de aire puro para comenzar el
día.
Pero hoy, mi sentimiento de paz se
cruza con el cansancio.
Hoy siento en mi espalda un cansancio
que semeja una mochila difícil de llevar. Hace un tiempo ya que estoy así. Es
muy complicado ser todo como mujer.
Ser madre, esposa, profesional, buena
cristiana, amiga, hermana, hija.
Las mujeres de estos tiempos no tenemos
idea de cuanto valemos, como podemos con todo, como pensamos en todo y en
todos.
Para nosotras, es tan importante una
cirugía como la merienda de nuestra hija para su escuela.
Todo está en nuestra cabeza, corremos y
corremos todo el día, hasta para poder tener una hora libre para nosotras.
¡ Cómo cansa vivir estos días!. Los
momentos más lindos y más llenos de paz son aquellos donde la risa se vuelve
protagonista y es entonces donde mi amiga aparece en mis pensamientos.
¡ Cuánto nos reímos juntas!
¡ Qué fantástica hermandad ésta que nos
anima a reírnos aún en medio del dolor!.
Aún en medio del más intenso dolor…
Segundo control de Eli en Buenos Aires.
Días antes, yo realizaba mi examen
anual y aparecían microcalcificaciones sospechosas de malignidad en uno de mis
pechos.
Como ginecóloga, mi cabeza pensó mas
allá de lo lógico y me vi sometida a cirugía mutilante, quimioterapia y
radiación; Madre de dos pequeñas, el terror invadió mi vida por esos días.
Decidimos ir juntas al control de mi
amiga y a mi biopsia. Algunas personas sugirieron que no era conveniente, ya
que las dos llevaríamos la palabra cáncer en nuestras valijas.
Nosotras no escuchamos a nadie, ambas
sabíamos que íbamos a cuidar, contener y tomar la mano de la otra; y así lo
hicimos.
Llegamos a Buenos Aires y fuimos al
instituto donde realizarían mi estudio. Yo no había sentido, hasta ese momento,
tan claramente la presencia de esta enfermedad, siempre pienso que Dios quiso
mostrarme, al sentir como mi amiga, la manera para estar más y mejor ubicada a
su lado y en su lucha.
Una vez más, ser médicas nos unía para
acompañar a la otra.
Entré y me acostaron sobre una cama,
boca abajo, colocando mi pecho izquierdo en un agujero y apretándolo por debajo
de la camilla para realizar la senografía. En ése momento, Eli entró y me
preguntó como estaba.
_ Me duele mucho.
_ Sí, claro, claro; Decía ella sin
entender porque y pensando que estaba incómoda. ¡No veía mi mama apretada,
apretadísima entre dos vidrios!.
Al rato se sentó y al instante la vio
exclamando:
_ ¡ Ay! ¿Esa es la tuya?! …
Yo no contesté, pero pensé:
_ No, es de la paciente anterior, ¡se
la cortaron y me la dejaron acá!
La extracción de muestras fue sin dudas
uno de los momentos más dolorosos, físicamente, de mi vida.
Cuando salimos, cuatro horas después,
ambas estábamos agotadas por lo vivido; Yo por el dolor y el miedo, y Eli por
sentir como suyo lo mío.
Fuimos a comer y entonces le conté lo
que había pensado.
¡ Cómo nos reímos!, ¡Hasta las
lágrimas!.
Pasamos el resto del día, yo muy
dolorida aún, riendo a carcajadas y pensando como alguien tan inteligente podía
haber hecho una pregunta así.
Hace unos días, fuimos al consultorio
del dermatólogo en Comodoro. Hartas ya de esperar, empezamos a reírnos de un
chiste muy tonto: Ester, nuestra amiga en común, tiene como segundo nombre Ida
y su apellido es Ojeda.
Eli me explicó entonces que podíamos
llamarlas de tres maneras: Ester, Ida o Jeda, ¡ y yo estallé en carcajadas!
Las personas que esperaban junto a
nosotras en la sala se sonreían cómplices de esta amistad que sana, a ambas,
cada día.
Nos reímos al mirar las caras de
algunas personas cuando hablamos del cáncer con desparpajo, nos reímos cuando
Eli se golpea y decimos: _¿ Se murió de cáncer de piel?, Y la otra contesta: _
¡No, se murió por un traumatismo de cráneo por chocarse una puerta!
Nos burlamos del cáncer, nos burlamos
del miedo.
La risa acompaña nuestros días, no
existe uno sólo en el cual no provoquemos momentos alegres, aún cuando estemos
mal.
Recuerdo cuando, después de tres años
de duro trabajo en soledad, contra un sistema perverso como jefa del Servicio
de Pediatría del hospital de nuestra ciudad, después de haber logrado que el
mismo se convirtiera en un servicio ejemplar, el nuevo director, hasta hacía 24
horas colega que repetía sin cesar la admiración que sentía por mi amiga y su
trabajo, le informaba que era sustituida de su cargo.
¿ Los motivos?. Cambios de estructura.
¿ Los motivos reales?. Mi amiga es una
mujer de Dios y no utiliza su seducción natural ni su luz para oscurecer su vida
ni la de otros, eso decepcionó como “hombre” al nuevo director y entonces,
quedó afuera.
El nuevo vice director era uno de sus
pediatras, por el cual ella tanto había luchado y defendido, que olvidó
contarle que iba a dejarla sin su jefatura.
La nueva jefa, también era una de las
que Eli cuidaba, ella había logrado que la misma dejara de hacer las tediosas
guardias de 24 horas por su edad, entre otras cosas; El cargo ya lo había
aceptado sin siquiera mantener por cortesía una charla con mi amiga.
Todas estas muestras de hipocresía,
abuso de poder y falta de agradecimiento, ocurrieron en el medio de su cáncer
de piel, a dos meses del comienzo del tratamiento.
Fui a buscarla al hospital…
¡Estaba tan decepcionada, tan enojada y
abrumada!.
Antes de ir, y sin saber que hacer ni
que decir, compré un llavero: era un pato que graznaba tres veces. Subió al
auto y apreté la panza de mi pato, después que ella descargó su bronca, _
¡Cuac, cuac, cuac!
Me miró y, ¡se empezó a reír tanto,
tanto!
_ Listo Eli, ya está, Dios te sacó de
ahí, ya está, tu trabajo está terminado, en dos meses te van a pedir que
vuelvas, vamos a ocuparnos de tu cáncer, eso es lo importante.
Nos reímos tanto con mi pato que fuimos
a comprar más llaveros, ella compró un mono que hasta hoy lleva en su
estetoscopio para entretener a los más chiquitos mientras los revisa.
Al mes, el servicio era un caos y le
pidieron que regrese, meses después, los mismos compañeros que no la
defendieron, le rogaron que retornara a su puesto, la jefa renunció y al director
lo echaron del cargo y se fue con su esposa de la ciudad, sin pena ni gloria.
Mi amiga no aceptó el ofrecimiento que
aún hoy le siguen haciendo, yo todavía tengo mi pato y todavía nos seguimos
riendo con él.
Volvíamos del consultorio médico allá
en Buenos Aires.
Yo, santafesina sin conocimiento alguno
sobre subtes, me ocupaba de todos los trámites y planes organizativos en
nuestra estadía allá, pero los recorridos eran exclusividad de mi amiga.
Acostumbradas al enorme caudal de gente
en las estaciones, nos llamó la atención al bajar a una de ellas, que no
hubiera nadie esperando el transporte.
Eli comenzó a mirar los carteles
indicadores de recorridos y de pronto
escuchamos:
_ ¡Señora, señora, los subtes pasan de
este lado, tienen que dar la vuelta!
Cientos de cabezas estaban
observándonos desde el otro lado del andén, frente a donde estábamos y
entonces, mi amiga comenzó a hablar como campesina recién llegada del Paraguay
y ¡ yo la imaginé con trenzas y todo!
¡ Cómo nos reímos!,( También los
cientos de cabezas lo hicieron), nos reímos sin parar muchas cuadras, ¡ yo no
entendía como podía pasarle esto a alguien que hacía más de treinta años
viajaba en subte!.
_ ¡Yo ya soy santacruceña!, eso repetía
sin cesar la misma que me había hecho bajar de otro subte ese mismo día porque
tomamos el equivocado…
Risas sanadoras.
Muchas anécdotas, muchas situaciones
que nos encuentran riéndonos juntas en medio del dolor.
Siempre dice mi hermana del alma que
Dios es sin dudas muy divertido, y yo creo también que es así.
Él nos regala risa en los momentos
menos pensados, más complicados.
A veces, ya con solo mirarnos desatamos
carcajadas, y de pronto, pasamos del llanto a la alegría y comprendemos que
maravilloso es habernos conocido y conocernos tanto.
Eli es una persona muy divertida. La
gente se asombra mucho cuando imita a algún personaje porque la creen muy
seria; ¡ No lo es!.
Ella se pone a veces muy triste cuando
se descubre irritable o poco tolerante, y es que el cáncer provoca cambios de
humor.
Dice que se desconoce y yo la entiendo.
Como médicas sabemos que las personas
con cáncer tienen cambios de carácter que los demás no comprenden; y lo peor es
que algunos olvidan la palabra contención y se escapan porque no entienden
porque fueron tratados así por alguien tan dulce y equilibrada.
Todos aquellos que tenemos el amor
suficiente para recorrer junto a quien está enfermo este difícil camino,
seremos sin dudas sostenidos en Dios, porque El ama la amistad y simboliza el
amor; Y creceremos y sanaremos también nosotros la enfermedad del egoísmo, la
cobardía y la ofensa fácil; sanaremos desde la comprensión robándole a quien
tanto necesita nuestro amor, una sonrisa aún en el peor de los días.
¡ Qué linda y qué llena de luz es esta
perla!.
Sin dudas iluminará nuestra vasija.
La luz en los ojos de Eli cuando ríe,
el brillo de nuestros ojos al compartir la risa en medio de la batalla,
simboliza la estrategia de Dios.
Él nos dice “Estén ustedes llenos de
alegría, aún cuando sea necesario que durante un poco de tiempo pasen por
muchas pruebas…”
“Alégrense en tener parte en los
sufrimientos de Cristo, para que también se llenen de alegría cuando su gloria
se manifieste…”
“Dejen todas sus preocupaciones a Dios,
porque El se interesa por ustedes…”
Amén.
Nosotras sabemos y palpamos su poder;
Cruzamos el mar, pero sabemos quien comanda nuestra embarcación y entonces, es
más fácil soportar la tempestad y cruzarlo con una sonrisa.
CAPITULO ONCE.
EL CRECIMIENTO.
Este sábado de junio simboliza el frío
patagónico.
Un fuerte viento que lastima la piel
con su helada presencia y un sol, tenue, tímido hoy, sin ganas de levantarse.
Sin embargo, el aroma cálido de un café en un momento de paz que embarga el
alma y lo sienta a escribir, llena la casa de resguardo frente a este invierno
del sur.
Ayer, mientras por primera vez me
animaba y rompía mis miedos a lo profundo en una pileta a la cual fui sin
desearlo, solo por insistencia de Eli para que aprendiera a nadar, pensaba: _
¡Cuánto he tenido que crecer para poder seguir el ritmo de ésta amiga!
Yo soy una de esas personas que cree
que el amor y las ganas de estar con el otro se trabajan y se logran. Que
cuando queremos de verdad subimos hasta el nivel del otro y lo alcanzamos para
poder tomar su mano en las buenas y en las malas.
Mi amiga no tenía, cuando nos
conocimos, ningún interés por la amistad. Se sentía muy frustrada tras vivir
historias de decepción con amigos.
Sé que fue mi insistencia y Dios lo que
hizo que se sentara a esperar más de mí. ¡Cuánto se lo agradezco!. Con ella y
por ella crecí en el conocimiento y en el amor a Cristo.
Crecí como esposa y como mamá, alcancé
metas de perdón y paz… ¡Y hasta aprendí a nadar!.
Supe lo que era la absoluta discreción,
la discreción sin excusas para hablar, soportando a veces las ganas de hacerlo
para aliviar la carga de mi amiga, su dolor, su soledad.
Si, el crecimiento por amor es
crecimiento sin manchas, es crecimiento que engrandece, como el de mi amiga
hacia Dios.
Ella creció desde siempre en Él pero
éste último año y medio desde que el cáncer se instaló en su vida, el
aprendizaje y el crecimiento también lo hicieron.
Ella creció en calidad de persona
cuando hizo de su enfermedad una lucha encabezada por Dios.
Creció cuando se enfrentó a la muerte
¿probable?, y comenzó a darle a las cosas su verdadero nombre. Empezó a
comprender que algunos no pueden, y aprendió a darles también a ellos su lugar.
_ Tu misericordia hacia ellos no
implica tu sufrimiento, vos sos la que debe ser cuidada, ¡Dios no pide
sacrificio!.
Muchas veces, muchas, tuve y tengo que
recordarle que debe ser protegida y no proteger, pero es que cuando alguien ama
como ella a Dios…..
_ Si hablamos de amor fraternal, del
que Jesús nos regaló, debemos llevarlo a cabo todo el tiempo, sin excusas.
Así piensa y así actúa.
¡Cómo no crecer al lado de un guerrero
de la luz, si ese mismo guerrero deja de lado sus bajezas para alcanzar al que
ama! ….
Durante todo este tiempo algunas
personas no comprendieron su crecimiento, porque el saber te deja a veces muy
sola, hace mella en la ignorancia o incapacidad del otro y se convierte en una
montaña que miramos cuando ya cansados llegamos a lo que creemos es el llano y
nos damos cuenta que no, que falta mucho para llegar a la cima y debemos seguir
escalando.
Si uno quiere de verdad, entonces se
toman los elementos, se bebe agua y se sube, si, se suben todas las veces,
todas las montañas que sean necesarias por amor.
Eli creció en sabiduría, en respeto por
la vida, también creció en la muerte, no por ella sino desde ella; creció en
luz, en amor sincero, aprendió el verdadero sentido de esperar en Dios sin
reservas y siempre, pase lo que pase, con la seguridad de la supremacía divina.
Creció tanto su calidad de luz que su
sola presencia genera paz.
Recuerdo una asamblea de miembros de
iglesia. La única a la que asistí, ya bautizada.
No podía yo creer cuanta bronca
acumulada en los ojos de tantos cristianos, todos con planteos tan vacíos, ¡tan
faltos de Dios!.
Importaba cada banco que el otro usaba,
porque uno cantaba y el otro no, como no se hacía tal o cual cosa.
Todos tenían en sus miradas tanta
carencia de amor fraternal….
Y allí estábamos: Eli, Jeremías y yo,
nosotros dos recién bautizados, plenos del amor de Dios y comprendiendo,
creciendo y aprendiendo su palabra con una maestra que comprendía, crecía y
aprendía desde una enfermedad que la mayoría de las veces degrada, desconcierta
y desespera.
Jeremías preguntó quienes creíamos que
éramos para no cuidar la iglesia, la casa de Dios.
¡Cuánto crecimiento el de mi amigo de
dieciocho años!, Él comprendió hace un tiempo que empezaba de nuevo, que aquel
lago de luz donde fueron limpiados sus pecados era una invitación a servir a
Dios, y eso hace, cada día, con sus dudas, sus aciertos y sus errores, pero
absolutamente comprometido con el camino elegido. Ami me enorgullece ser parte
de sus afectos, hablamos el mismo idioma, el idioma de la luz.
Alguien dijo en aquella reunión que uno
de los problemas era la limpieza, que nadie la hacía, que nadie cuidaba, que
siempre eran las mismas las que ordenaban…
Eli entonces levantó su mano y yo supe,
supe que desde ese día tendríamos otro ministerio.
_ ¿Cuál es el problema?, ¿Limpiar la
casa de Dios?, nosotras lo haremos.
Y lo hacemos desde entonces todos los
sábados, aún recibiendo quejas porque no está tan limpio como quisieran.
Yo aprendí en ese momento, crecí en
humildad y vi la humildad del grande de corazón.
Aprendí que se trata de entender que
casa limpiamos.
Se trata de entender.
La asamblea entonces comenzó a
serenarse, y todos coincidimos que la paz que Eli mostró contagió a todos.
En este año y medio yo conocí el
crecimiento de la mano de mi maestra, una vez más.
Crecí en silencios, en abrazos, en
manos apretadas, crecí en dolor, en soledad, en miedo, bronca, ira y de
pronto….
…Infinita paz.
El crecer en lo espiritual, en el
acercamiento al Padre conlleva a veces, muchas veces, aceptar perder hasta
aquello que tenemos al alcance de nuestras manos.
Aceptar el compromiso de la vida sin
permitirse solo sobrevivir sino hacer que cada día valga la pena, implica tomar
partido, mirar desde otro lado.
Eli creció y conoció el poder de Dios
en lo cotidiano. Fue protagonista y cómplice de milagros impensados.
Dios se presentó en su vida con la
fuerza de unos brazos colmados de calma y sosiego.
Brazos que abrazan, cada vez que sus
cremas por colocarse o sus noches en soledad se tornan frías e incapacitantes y
teme que el cáncer comience a escribirse con mayúsculas.
Ambas honramos el crecimiento que Dios
nos regala.
Perla divina ésta que avasalla lo
humano, nos coloca en otro sitio, nos eleva, aún cuando a veces duela, aún
dejando cicatrices, más importantes que las que mi amiga lleva en su cuerpo por
las biopsias, más profundas, más difíciles de sanar, tan visibles como enriquecedoras.
Dice la Palabra de Dios “El que ha
sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado”
Él no nos dijo que sería fácil, sí
prometió allanar nuestro camino y lo hace, enseñándonos además el valor del
crecimiento para poder crear puentes de sabiduría entre aquellos que sufren
creyendo en Él, y aquellos que necesitan comenzar a creer para seguir adelante.
CAPITULO TRECE.
El silencio de la naturaleza es para mí
como el susurro de Dios en nuestros oídos.
Pude experimentar su dulzura y su
infinito cuidado en ese silencio majestuoso de aquel cerro que durante muchos
años me fascinó y este invierno me animé a visitar.
La nieve cubría nuestras rodillas y el
frío se transformaba en calor por el esfuerzo de caminar junto a mi amiga,
descubriendo un paraíso patagónico nunca antes imaginado por mí.
No necesito explicar quien fue la que
insistió para llegar a mirar la ciudad del Bolsón desde mil quinientos metros
de altura, una vez más, sin importar medicación, cansancio, tristeza o miedo,
allí estaba mi amiga, bebiendo la vida como Dios manda, invitándome a participar
del gozo de experimentar sensaciones nuevas.
Ése bello día de julio Dios nos
regaló esa experiencia para que juntas
festejáramos el día del amigo, Él, nuestro mejor y más amado amigo, nos hizo un
regalo inconmensurable que no olvidaré; El silencio de la tierra nuestra, allá
donde los hombres no viven, no llegan, no llenan de bullicio el encanto de la
paz.
El silencio de las grandes capas de
nieve que cubría todo, serenaba todo, maravillaba todo…
La inmensidad de esas ramas de añejos
árboles, prófugos milenarios de las máquinas humanas, cubiertos de blanco,
sostenidos con certeza por ese pedazo de tierra imponente, solitaria; rebelde a
todos aquellos que no la comprenden.
Me quedó claro ése día que el cerro
Piltiquitrón no es para ser espiado por cualquiera. Su historia refleja
sabiduría tehuelche, sus caminos invitan a reflexionar sobre la creación de
Dios y la armonía de la naturaleza virgen, sin el acoso cruel y despiadado de
quienes más deberíamos protegerlo, los hombres y mujeres para quienes todo fue
hecho, convierten al más descreído en
espectador extasiado de la obra divina.
Sin dudas no puede pasar por alto
ningún visitante la calma de sus contornos, la fuerza de su perpetuidad y su
imponente ser, la paz de su presencia en esa tan especial ciudad de nuestro
sur, donde viajo cada vez que necesito encontrarme conmigo y volver a ser yo.
La paz….
¡Cuánto valor tiene para nosotras!, La
paz que muchas veces Eli no tiene y necesita, ¡ya lo creo que la necesita!.
A veces pienso que todas las personas
que son sometidas a esta dura batalla del cáncer, deberían carecer de problemas
externos, deberían vivir una vida absolutamente protegida y llena de paz.
Pensamiento mágico el mío, diría mi
amiga.
Eli muestra su falta de paz en la
aparición de nuevas lesiones.
Parece extraño, pero lo hemos
comprobado.
Ella aumentó su cantidad de lesiones en
los momentos de mayor soledad, incomprensión y falta de cuidados de parte de
algunos de sus afectos más importantes.
Sin embargo, aprendió de esa manera a
generarse su propia búsqueda de paz.
Viajamos a Buenos Aires en un frío y
húmedo junio esperando esta vez que nos
dijeran que la quimioterapia local resultaba eficaz y seguiría un tiempo más
hasta obtener finalmente ese alta tan ansiado de escuchar.
No lo habíamos hablado, pero ambas
esperábamos eso.
Al llegar al hotel nos enteramos que en
el mismo, se encontraban los padres de una de nuestras adolescentes de la
iglesia, su mamá había sido derivada por un tumor en la axila que a la luz de
los estudios parecía provenir de su glándula mamaria.
Ellos son personas muy humildes,
provenientes de otro país, y se sentían verdaderamente solos y desamparados en
ésta ciudad tan difícil para quienes no la conocen.
Nuestros días comenzaron siendo
reconfortantes porque fuimos a La
Plata a visitar a Jeremías, compartimos con él sus vivencias,
la música que había creado para aquellos poemas regalados por Eli a Dios,
Comenzamos con él a formar la cadena de momentos de paz que necesitábamos para
recibir la noticia, al otro día, de su nuevo tratamiento.
_ Tu cáncer Eli, es genético, nada
tiene que ver el sol, si lo tratas, no va a poder con vos, pero, siempre
estará, es ahora una enfermedad crónica.
El tratamiento nuevo consistía en
seguir con la quimio local para las lesiones visibles, y agregar un retinoide
vía oral para atacar las lesiones múltiples.
Esta medicación tenía muchos efectos
adversos, sequedad de mucosas, depresión, tristeza, y probabilidad de
pancreatitis entre otras, motivo por el cual debían realizarse laboratorios
cada veinte días.
Salimos del consultorio sin saber bien
que decir o hacer.
¿Era esta una buena noticia?.
¿No es acaso un milagro, un verdadero
milagro, que un cáncer se cronifique y no sea letal?
¿Siempre van a existir lesiones, de las
que asustan, lastiman, arden, trastornan el ser?.
¿Nos alegramos o no?
¡Nos alegramos, claro que sí!, Mi
amiga, mi hermana, mi cómplice de vida estaba ganando la batalla más dura,
estaba pudiendo con esta enfermedad que aterra, que desconcierta, que
desespera, estaba venciendo de la mano de Dios al cáncer.
Ahora si, nuestros proyectos, nuestras
ilusiones, volvían a tener tiempos, tiempos largos…
Recuerdo que Eli me dijo: _ Le gané
amiga, le gané, pero ¿por qué no me alegra?, ¿Por qué siento que esperaba otra
cosa?, ¿El alta quizás, en un tiempo?, ¿Cómo hago para digerir el saber que
tendré esto toda la vida?
Qué difícil las respuestas en esta
historia.
Qué complicado el vivir sin esperar y
esperando todo el tiempo.
Qué necesidad de paz.
Como siempre, la paz la encontramos de
la mano de Dios.
Nos reunimos en un bar junto a
Jeremías, que sin dudarlo viajó desde La Plata para estar al lado de su maestra, a
estudiar la Biblia.
La gente nos miraba sin comprender
mucho que hacían tres extrañas personas con esos tres extraños libros abiertos
…
Es lógico, muchos viven sin entender el
verdadero sentido de la vida…
Corren, apurados por el tiempo sin
darse cuenta que el tiempo no los corre, tienen en sus rostros el signo claro
de la preocupación cotidiana, de la falta de respuestas, de la carencia de
alegría, de la carencia de paz…
Nosotros encontramos paz en la fe,
respuesta en la Palabra ,
alegría en la verdadera amistad y en el amor del bueno.
Llegó el día del regreso y no habíamos
podido ver a los padres de nuestra adolescente, ellos permanecían en el hotel,
realizando estudios, muy solos y con mucha preocupación por sus hijos, que
estaban sin ellos en Santa Cruz.
El vuelo de la mañana se canceló y
debimos esperar el de la noche, estábamos cansadas, queríamos regresar, pero
decidimos ir entonces a verlos.
Sin dudas ése fue otro de nuestros
momentos de paz.
Desayunamos con ellos, hablamos,
tratamos de fortalecerlos, de animarlos.
Sentimos paz, y sabemos que también sus
corazones lo sintieron.
Ella hoy está de regreso en casa,
realiza quimioterapia y este camino ha comenzado a mostrar sus baches y
terrenos pantanosos.
Nosotras estamos cerca, mi amiga no la
abandona, sabe de que se trata esta soledad de la cual esta mujer habla, lleva
cada vez que la llama o la visita, su mirada de paz, su paz basada en el dolor.
Volvimos al hotel.
Hace seis años, cuando aquella locura
despiadada en mi contra comenzó, muchas docentes animaban a otras a ir a las
marchas en búsqueda de justicia, basada en mi descrédito y mi dolor.
Una de mis pacientes, era por ese
entonces una de los más conocidos y respetados miembros de la comunidad
educativa de la ciudad.
Ella se encargó de contar una y mil
veces que las cosas tenían otra explicación y sé que abortó muchas intenciones
de participar en muchas de sus colegas.
Siempre estuvo cerca, siempre confió en
mi.
Hace tres meses le detecté un cáncer de
mama.
Ahora yo estoy cerca.
Fuimos con mi amiga aprovechando el
atraso del vuelo a entrevistar a un médico que realiza junto a su equipo,
medicina alternativa.
Ella me lo pidió. Traje su medicación
con el mismo cariño y cuidado con la que hubiera traído un tesoro para un ser
querido.
Ella está peleando duro hoy con ésta
enfermedad que no da tregua, siente el desconcierto y la desazón de su caída de
cabello, de sus preguntas sin respuestas y de su soledad, soledad que escuché
como testimonio en todos los que pasan por esto, soledad impenetrable, o
penetrable sólo por Dios.
Que paz me da saber que puedo ayudarla
desde lo aprendido con mi amiga, espero poder hacer por ella todo el bien que
alguna vez serenó mi alma, espero poder llenarla de paz.
Ala noche salimos para tomar nuestro
avión con la noticia de que todos los vuelos seguían cancelados, menos el que
debíamos abordar nosotras.
Cuidado de nuestro Padre, cuidado y
dulzura absolutos.
Llegamos a nuestra ciudad en una
madrugada de frío y poco entendimiento.
Otra vez, la paz carecía de presencia
en algunas personas que perpetuaban el egoísmo ante quien necesitaba
comprensión y pocas preguntas.
¡Cómo es posible que se tarde tanto en
comprender la palabra cáncer!
¡Cómo no entienden aquellos que no
entienden nada, que algunas personas no pueden con esta enfermedad y se van de
nuestras vidas sin haber encontrado la verdadera entrega de aquellos que “los
aman”, por amor!
Los que peleamos junto al que padece,
sabemos que nuestra paz debe ser regalada hoy, sabemos que hoy debemos abrazar,
hoy debemos cuidar, hoy debemos callar cuando hay que callar y hablar cuando
así nos lo pidan, esta batalla, para poder tener chances, debe ser batallada
hoy, el mañana depende de eso.
Duros días posteriores con el comienzo
de la medicación.
Náuseas, sequedad de mucosas, ver los
labios resquebrajados de mi hermana y otra vez su cansancio, sus ganas de
largar y a la vez la fuerza permanente para no aflojar, dolores familiares,
dolores, dolores, falta de paz…
Llegó al fin el día tan ansiado,
salimos muy temprano en un día de julio, cansados, necesitados de naturaleza,
encuentros y sosiego.
Viajamos mi familia, Eli y yo.
Llegamos a un Bolsón iluminado por los
rayos de un sol que en ése paraíso se sentía a gusto y perpetuaba la calidez
del entorno.
Siempre encontré calma para mi ser en
este sitio tan especial de nuestro sur.
Siempre sentí al llegar que me
embargaba una paz especial que ordenaba mi cabeza y me ayudaba a continuar.
Esta vez no fue diferente.
Los días se colmaron de risas, olores y
aromas de hierbas en libertad, ruidos de lagos, ríos y brisas, silencios de
cielo gris, música de amigos, paz….
Fuimos invitados mi familia y yo a
desayunos, almuerzos, meriendas y cenas especialmente realizadas por mi amiga,
la cual cocinó con la alegría perdida hace ya un tiempo por dolores ya
contados.
Ella dice que Dios nos mandó a
descansar unos días de nuestras batallas sin tregua, a encontrarnos, a descubrir
yo, nuevamente al hombre que amo, ella a un amigo, mis hijas a sus padres, y
también a “la nona Eli”, como la llamaban en broma por sus ocurrencias y
caídas.
En cada uno de nuestros paseos,
llenamos nuestras retinas del blanco imponente que lo escondía todo, como si en
éste julio, la ciudad ocultara su tesoro más preciado, los colores de los
verdes de mil tonos y las flores de mil formas y dibujos, para invitarnos a
descubrirlas una vez más, en cada estación, cada vez.
Pude dimensionar la paz en estos días.
Sé que también Cesar pudo encontrar la
paz. Él se comprometió como nunca antes con esta lucha. Se convirtió en alguien
que pelea, no como mi esposo ya, sino como su amigo, junto a Eli.
Él, que siempre fue tan difícil para
comprender la amistad, encontró en estos sitios de encuentros la perla
escondida de esta historia, el sentimiento más puro, más verdadero, encontró
una amiga.
Y es que en Dios siempre es así, la
amistad vence, a pesar de la miseria humana.
Mi hermana tan querida llenó su mirada
de paz.
Conozco bien esa mirada, fue la que me
regaló paz en mi tormenta alguna vez.
Comprendió muchas cosas en ese julio
bolsonero, descubrió los límites de su exigencia, decidió darse más tiempo para
vivir más despacio, no menos, sino más despacio, más cómplice de su
tratamiento, decidió cuidarse desde el convencimiento de su pelea, retomó
fuerzas para volver a este campo de batalla con la espada afilada, la armadura
lustrada y los ojos mirando al cielo, como siempre.
Hoy, muchas cosas no han cambiado, siguen
allí, firmes en su necedad, como esculturas seguras de su actitud de nada.
Las personas, los hechos, los no
hechos, los dichos, las angustias, los no saber, todo, sigue allí, pero
nosotras tenemos la paz guardada en cada imagen, en cada foto, en cada lugar
visitado.
Poseemos la llave que abre la puerta
para escapar de todo frente a un café compartido frente al mar, saboreando
chocolate del bueno, como dice mi hermana, y recordando que esta perla es
íntegramente perteneciente a Dios.
Hay paz en Él, a pesar del desamor…
Hay paz en Él entre piedras de
incomprensión…
Hay paz en Él
entre las nieves eternas de su pureza…
Nosotras sabemos que nuestra vasija
debió romperse primero, para poder rehacerse en sus manos, afrontando la vida
sin perder la calma…
Nosotras sabemos que nuestra paz es el
resultado de permitir que Él sea el alfarero.
CAPITULO
CATORCE.
Mañana gris de un agosto extraño,
quizás demasiado provisto de sensaciones confusas, difíciles de sobrellevar, en
esta búsqueda de lo primordial que a veces nos envuelve en celdas de soledad y
desconcierto.
El sentimiento refleja muchas veces, la
necesidad de expresar emociones que al ser controvertidas, desconocen el
objetivo para el cual fueron creadas, y entonces, ese mismo sentimiento no
tiene nombre, no se llama, no se comprende.
Se mezcla dentro de uno como una masa
sin forma, toma fuerza, y provoca
angustia, hasta que, en una charla, en un momento de inspiración, uno
logra extraer lo que se siente y entonces toma la forma de lo que duele o
molesta o inquieta.
Eso experimenté yo en estos días, sin
saberlo, viviéndolo, y al poder darle forma, pude ponerle un nombre, lo llamé
decepción.
La semana anterior mi amiga comenzó a
sentir mucha fatiga al caminar o intentar hacer cosas. Debía volver antes de su
trabajo porque estaba muy cansada, se recostaba y sólo encontraba alivio en la
cama, descansando.
Pensamos que quizás era el efecto de la
medicación, volvimos a leer en los libros que el cáncer provoca estados de
cansancio extremo, pero también nos asustamos, nos confundimos y nos dejamos
llevar por la decepción.
Cuando ella piensa que quizás esto avance, cuando se queda
largos minutos mirando su mar desde la ventana buscando a Dios en cada ola, yo
siento el vacío de su no presencia y pienso como sería vivir sin su amistad y
su cuidado amoroso, aún desde su enfermedad.
Pienso lo gris de cada mañana sin
nuestros desayunos compartidos, pienso en la risa que me faltaría, y me
decepciona la vida.
Durante toda la semana, traté de estar
a su lado y al lado de sus hijos, mis hijos cuando ella no puede, como lo
prometí, y como lo siento.
Junto a ellos, cocinamos, limpiamos, y
tratamos de mimar a su mamá levantando un ánimo que no comprendía por qué
carecía de fuerzas y ganas de hacer cosas; Me decía:
_Esta no soy yo, no voy a bancarme que
esto avance, no puedo no hacer nada…
_Esta también sos vos, peleando, porque
en las peleas también es necesario descansar, es parte de la lucha, no vamos a
olvidar la promesa de Dios, esto no está avanzando ni lo hará, descansá, y
recordá quien tiene el control.
Sólo pude decirle lo que yo pensaba
basada en mi fe.
Me sentí impotente, confundida, sintiendo que
no alcanzaba mi presencia para calmar su pena, su miedo, para evitar sus
lágrimas…
Me sentí llena de decepción.
Buscaba las palabras, las personas,
¡las personas!, las que eran sus afectos, las que podían ayudar con sus
charlas, sus manos tendidas…
Comencé a mirar alrededor, a esperar, y
me llené, otra vez, de decepción.
El mundo no siente el dolor de sus
miembros, el todo olvida que está formado por muchas partes, que sin ellas no
existe, y permanece ajeno a sus sentimientos, a sus tristezas….
El mundo no siente el dolor.
Sus afectos, todos, o casi todos, los
que llamaban y buscaban a mi amiga casi constantemente cuando necesitaban
consuelo, los que obtenían siempre y durante mucho tiempo paz en sus tormentas
y tiempo para ser escuchados por ella, hoy estaban ocupados..
En estos días, comprendí el dolor de
Jesús más que nunca, ¡qué decepción debe haber experimentado cuando escuchaba
la multitud pedir que sea crucificado!, la misma multitud que Él había sanado,
cobijado y consolado…
Sentí la decepción más profunda y
visceral, y supe, supe, que en la enfermedad, cuanto más larga y
difícil sea, más desertores de la amistad y el amor dicen presente.
Me llené de bronca y de ganas de
recordarles a muchos lo que de verdad significa ser cristiano.
_ ¡Para qué llenamos las iglesias si cuando
debemos mostrar el compromiso con el otro estamos ciegos, qué hipocresía!
Mi esposo no comprendía mi enojo cuando
al llegar a casa empecé a gritar contra todos;Y es que no podía comprender mi
cansancio, mi pena al ver a mi hermana del alma tan sola, tan desamparada, tan
decepcionada como yo.
Él, como muchos que quieren a mi amiga,
se encontraba inmerso en sus problemas, sus enojos, su cotidianeidad.
Desconocía como los demás, que aquel
que tiene cáncer lo tiene hoy, hoy se pelea, hoy se tiende la mano, hoy es el
momento de estar.
Él comprendió porque pude hablarlo,
muchos nunca comprenderán y tendrán todas las excusas, llenarán de
explicaciones sus mentes y seguirán adelante con sus vidas, seguramente
recurriendo a mi amiga cuando sus vidas flaqueen.
El domingo, un poco más recuperada, Eli
predicó en la iglesia y habló con una inmensa tristeza, sobre la necesidad de
levantar a los caídos, de mirar al otro, de caminar este camino tan difícil
pero cautivante, el camino de santidad, el camino que nos lleva al Padre, y
sentí una vez más la decepción en mi ser y la enorme paz en sus ojos, paz
lograda cuando como ella después me explicó, se obtiene cuando no se espera
nada, cuando se tiene la certeza de que estamos para dar, aún a aquellos que
nunca devuelven.
Una tarde de esas en las cuales mi
amiga no podía levantarse de la cama y su rostro denotaba una profunda pena y
algo de temor se revelaba para no escapar por su mirada, llegó uno de sus
verdaderos ángeles, uno de los que no abandonan, de los que tienen claro que
esta batalla es larga y se necesitan refuerzos a veces.
Llegó con su guitarra al hombro y su
fuerza llena de Dios a tomar unos mates con su maestra, con su afecto, y de
verdad ese día comenzó la recuperación de Eli.
Jeremías no tiene décadas de sobra en
su calendario, pero sí en su corazón.
Él entendió hace un tiempo la
importancia de estar tomando la mano, aún cuando le cuesta hablar de la
enfermedad, no abandona el barco.
No sueltan su mano tampoco sus
cachorros, que entienden humores, silencios, llenan de besos, chistes y risas
la casa, crecen sin parar y sin dejarse olvidada la niñez en ninguna esquina,
crecen, para estar al lado de su mamá.
No sueltan su mano mis hijas, pequeñas,
pero no ajenas, que llenan de abrazos y besos con sabor a caramelos de frutilla
a quien consideran parte de sus días de sol.
No suelta su mano mi amor, el hombre
que creció y comprendió la importancia de estar en silencio, cubriendo las
espaldas, las mías, y las de su amiga.
Casi termina ya la mañana, sigue gris este
día de agosto que no reconoce colores, mi consultorio está sólo conmigo y
entonces puedo escribir sobre mi decepción.
Me decepcionó el mundo esta semana, de
verdad me decepcionó.
Aprendí que a medida que crecemos en
Dios, el mundo va dándonos la espalda.
Esperé, como se espera desde el
convencimiento de lo cierto, las actitudes para mí básicas de compromiso con el
otro, y las hallé en pocas, muy pocas personas.
Hoy, más serena y menos enojada,
intento rescatar la perla para nuestra vasija.
La encuentro en el fortalecimiento de
nuestra amistad, el fortalecimiento aprendido desde el saberse solas, y unidas
a la vez.
La rescato como se rescata a aquellos
náufragos del desasosiego después de dolores impensados, en la valentía de
todos los que estamos, firmes, sosteniendo la mano de la que por momentos,
desea dejarse caer para no tener ya, miedo.
Cada uno de estos días, Dios edificó en
mí una mujer nueva, creo que maduré en Él, creo que al mirar a mi alrededor y
ver vacío humano, comencé a permitirle ser mi guía y mi consolador, pero en
serio.
Mi maestra, hoy con las fuerzas físicas
renovadas, una vez más, aprendió que en esta vida llena de preguntas
respondidas que se vuelven a responder de distinta manera cada vez, es
necesario pararse en el camino, mirar a los costados, discernir quienes vale la
pena que sigan caminando a nuestro lado y extender las manos para ser guiada o
acompañada desde el más puro y desinteresado amor.
Aprendió que vale la pena cansarse y
volver a empezar, caminar más despacio tal vez, pero caminar, siempre
recordando el objetivo, el enemigo a vencer, el cáncer y todas sus
consecuencias, todas.
Esta enfermedad no aparece sola, trae
consigo aliados poderosos, pilares de la decepción humana, eso es algo que
deben saber todos aquellos que la padecen y los que están al lado.
Esta enfermedad no reconoce sociedad,
ni cultura, ni educación, nos llega a todos, nos golpea a todos por igual, nos
enferma por igual…
Hace que aparezcan todas las miserias
humanas, hasta este momento solapadas bajo la razón y el esfuerzo diario por no
verlas…
La crueldad, el abandono, la
intransigencia, la intolerancia, el descrédito, el desamor…
Todas golpean la puerta en la casa de
la persona con cáncer, tarde o temprano, todas piden por entrar.
Es allí, en ese preciso momento, donde
las fuerzas de los que batallan por la sanidad deben combatir con más
convencimiento que nunca, y sin dudarlo, levantar muros contra estas miserias…
Muros de amor, de tolerancia, de
comprensión absoluta, de paciencia, de mano tendida, siempre, sin cansancio,
sin excusas…
Muros de paz, de humor, de risas, de
amistad, de fe.
Muros que sanen, que fortalezcan, que
levanten al caído, que acompañen al cansado, que devuelvan la certeza de vivir
con proyectos, con seguridad plena de victoria.
Hoy, este agosto se llenó de sol.
Este sol que regala calor y derrite el
hielo de las frías noches sureñas, dejando a su paso el sello de la cercana
primavera, nos vuelve a encontrar llenando nuestra vasija con perlas de
aprendizaje.
Duro aprendizaje éste basado en la
palabra que más temor irradia, cáncer. Duro pero sereno aprendizaje de la mano
de Dios, que siempre logra llenar nuestras almas de paz y revestirnos de
esperanza, a pesar de todo lo que el mundo no ve.
CAPITULO
QUINCE.
La luna en la Patagonia no es
cualquier luna.
Es una estrella que trabaja por ser
bella ante la humanidad, y aún sabiendo que es el reflejo de alguien más
poderoso que ella, resplandece y perpetúa la luz de las noches de nuestro sur.
Ayer, mi amiga recibió información que había pedido, sobre su cáncer.
Al parecer, éste enemigo no es tan
débil como casi todos creían.
Presenta resistencia y probabilidades
de metástasis, con algunos factores de riesgo que existen en ella, motivo por
el cual, y al ser difícil de combatir, las medicaciones fueron cambiando
durante estos dos años.
Cuando me llamó por teléfono y me
contó, me asusté.
Una vez más, mi fe se hizo muchas
preguntas; Pensé: ¿Dios habrá cambiado de planes?, ¿Será verdad que esta
batalla está en sus manos y Él prometió sanidad?.
Sé que la fe es la certeza de lo que no
vemos, sé que en una realidad tan incapacitada de respuestas, sólo nos mantiene
la fe, lo sé, y lo practico en mi vida cotidiana, pero esta vez, como otras a
lo largo de esta historia, mi fe tenía también la necesidad de respuestas,
igual que la realidad.
Busqué primero la contestación a mis
preguntas en los ojos de mi amiga, y no las hallé. Es lógico, ella también las
buscaba en ése momento.
Seguí buscando y se las pedí a mi
memoria, tratando de recordar cada segundo vivido en el consultorio en el
último control, algo me serenó escuchar las palabras dichas en ese momento por
su médica: _ Vas a poder con él, es ahora
una enfermedad crónica.
Por supuesto, fue Dios, como siempre,
quien sostuvo en alto mi rostro y calmó mi angustia por el futuro,
fortaleciendo mi fe, fortaleciendo mi ser por completo, recordándome que Él no
es de confusión, sino de paz, y la promesa ya había sido dada.
Resulta difícil, muy difícil, sentir
una amistad y no doler por ella.
Algunas personas estos días plantearon
que quizás debía comprometerme de otra manera, argumentando que esta enfermedad
no era mía y que yo la tomaba como propia.
Creo, de verdad, que no entienden nada.
Hace seis años, el oscuro pozo desde el
cual yo apenas asomaba mi rostro a veces para contemplar las lunas que no
alumbraban mi vida, se llenó de escaleras inventadas por alguien que construía,
todo el tiempo, peldaño por peldaño, una salida para mí.
Hace seis años, cuando muchos
consideraban que el problema, el dolor y la humillación eran solo mías, alguien
las hizo suyas y me llenó de fortaleza.
Mi amiga salvó mi vida, reconstruyó mi
sonrisa y me presentó sin reticencia a su mejor amigo: Dios.
Le agradezco enormemente que no haya
creído, como los demás, que el problema era mío, y no debía hacerse cargo.
El compromiso basado en el amor hacia
el otro solo lo entendemos los que entendemos la Palabra del Supremo.
El cáncer es de Eli, es cierto…
El abrazo, la mano tendida y
fuertemente asida a ella, la presencia en cada sonrisa, y la fortaleza que de
ella aprendí, son mías.
Lo hago propio, si, y sufro, si, y me
enorgullece sentir el dolor de una amistad, la nobleza de las lágrimas, valores perdidos en un mundo perdido.
En el momento en el cual por teléfono
me enteraba de esta nueva noticia, tenía en mi consultorio, sentada frente a
mí, a mi paciente y amiga con cáncer de mama.
Ella me contaba de su incipiente pero
esperada soledad, hablaba sobre como lo cotidiano en su entorno de afectos
había logrado hacerla sentir sola.
_ Los primeros días, estaban todas
detrás de mí, pero ahora, ya retomaron sus vidas, y claro, es porque me ven
bien.
Una peluca cubre su cabeza, ella ve los
efectos de la quimioterapia todo el tiempo, pero para los demás, ella ya está
bien.
La fortaleza se confunde estos días.
Ser fuerte y pelear con dignidad no
significa no pedir ayuda.
Aquellos que deseamos estar, a veces,
no sabemos como.
Necesitamos que se abran las puertas y
nos muestre, la persona que sufre, su sentimiento frente a este enemigo tal
desleal.
¿Qué pasa por la cabeza de quien desea
pelear “sin molestar al otro”, sin invadir su vida, sin cambiar su rutina?.
_A mi no me gusta estar pidiendo que
vengan porque estoy mal…
Así definía mi paciente el
justificativo por el cual estaba comenzando a sentirse sola.
_Dejá que sean tus amigas las que
decidan si molestas o no. Permití que puedan abrazar tu alma y estar a tu lado,
porque no todos tenemos la tenacidad para romper la puerta del corazón y entrar
como sea.
Se necesita fortaleza para estar al
lado de quien padece cáncer.
Se necesita adquirir madurez y
espiritualidad para tomar la mano de quien a veces no quiere dártela para
cuidar que no sufras.
Se necesita amar de verdad, sin
excusas, sin límites, sin tiempo.
Se necesita valor para meterse en las
grietas de soledad y llenarlas de agua fresca que renueve el alma después de un
día de malas noticias.
Se necesita claridad de conceptos para
saber cuando permitir que el otro se aísle y cuando invadir rompiendo con la
angustia sin permiso.
La fortaleza en mí, proviene todo el
tiempo de Dios.
Él con infinito cuidado fue forjando en
estos dos años mi carácter, fue proveyendo la sabiduría que muchas veces no
tuve, fue tomando mi mano para que yo no suelte la de Eli.
La fortaleza de mi amiga es admirable.
El día que recibió la información de
las características de su cáncer, se recluyó unas horas, tres o cuatro, en su
mente, como hace siempre que desea resolver algo.
Me costó mucho tiempo comprender que en
esos momentos no puedo ayudar, ni invadir, ni siquiera estar.
Son momentos a solas.
A solas con el dolor, el miedo, el
futuro, el pasado, la fe, la falta de fe…
Son momentos en los que se vuelve a
decidir como seguir.
¡Qué fortaleza debe existir para tomar
aire y una vez más, empuñar la espada que el enemigo robó!
Después de contarme la noticia, me
escribió en un mensaje su decisión de concursar por un cargo que le habían
ofrecido en la universidad y dudaba en aceptar, comenzaba a buscar las nuevas
formas de ganarle a esta enfermedad.
Horas después, llegó a mi celular un
mensaje: “Yo ya estoy bien, ¿tomamos el té?”.
Supe que no mentía, no mentimos en esta
amistad, ya no necesitamos cubrir las espaldas de la otra con mentiras,
soportamos juntas, cualquier verdad.
Mi amiga decidió no olvidar la promesa
de sanidad dada por Dios, y entonces, no hicieron falta más palabras, nuestro
té en hebras, como ella prepara y que yo desconocía antes de que nuestras vidas
se unieran, fue el punto de encuentro que renovó nuestras risas y nuestra fe.
Los fuertes saben llorar. Aprendió mi
amiga que el tener miedo, también es tener valor, porque se debe tener mucho
valor para ganarle al miedo, y a las horas de ser golpeada por la retaguardia
por un adversario poderoso y cínico como es el cáncer, recomponer la sonrisa
desde el más profundo convencimiento del milagro realizado por Dios y volver a
empezar.
Los fuertes ríen en el medio del dolor.
Eli hace que el día valga la pena aún en medio de la batalla más cruda. Sabe
cantar en la miseria, como Sábato sostiene que hacen los que cambian el mundo.
Los fuertes piden ayuda. La pelea es
más equilibrada si alguien lucha al lado.
Si se puede descansar en las aguas de
la amistad, del amor, de la dulzura.
Los fuertes temen al enemigo, y por eso lo respetan,
saben que luchan contra poderosos pero que el más poderoso guía nuestras
sendas.
La fortaleza se adquiere en medio de la
batalla.
A veces creemos que nosotros no
podremos con el dolor, hasta que duele.
Creemos que la desazón nos ganará,
hasta que la esperanza muestra su cálida presencia y nos envuelve en su paz.
Vivimos inmersos en pequeñas e
insignificantes luchas cotidianas, buscando el convencimiento de un mundo que
no existe, un mundo que no escucha ni respeta al que cree en otro mundo, mejor,
más humano, más cercano a Dios; Y de pronto, todo lo que creíamos y por lo que
luchábamos se golpea de frente con una realidad que supera todas las luchas, y entonces
sacamos de nosotros lo mejor, lo más puro, aquellos valores que nos ayudaron a
crecer limpios en medio de la miseria humana, y peleamos, con fuerza, por lo
que creemos es la salida.
Cuando hace unos años humillaron mi
nombre, mi profesión, agobiaron mi vida y sin piedad ensuciaron mi trabajo y mi
vocación, yo aprendí a ser fuerte.
Basé mi fortaleza en mis valores, y los
elevé al cielo, se los entregué a un Dios que aún no conocía pero ya amaba.
Callé y sostuve mi compromiso con la
que alguna vez fue mi paciente y confió en mí.
Pocos lo entendieron, pero hoy bajan
sus cabezas frente a mí.
Nadie puede contra la dignidad del
fuerte.
Eli posee una fortaleza que provoca
admiración, no cae, nunca, aún en los momentos de más profunda soledad, en
aquellas noches de más necesidad de abrazo, no importa cuanto llore, cuanto
desee no seguir, igual, no cae.
La fortaleza con lágrimas y cansancio
de vida es más digna aún.
Estoy en mi consultorio hoy, en un
septiembre de sol sureño, tímido vocero de una primavera que aún no aparece por
estas distancias, y pienso en mi princesa de ojos pícaros que hoy cumple tres
años.
Nazarena llegó para restaurar heridas.
Llegó en uno de esos días de juicio
concluido donde quedaba claro en un papel que nada de lo vivido afectaría mi
buen nombre y honor; ¡Qué gran y legal mentira!. Tres años después, algunos
ignorantes todavía juzgan.
Nazarena conmovió, hace tres años, otra
vez mi alma con gozo del más puro, sacó el dolor y lo convirtió en risa, en
travesura, en abrazos de chocolate.
Mis hijas fueron mis fortalezas por
entonces, Bianca, instándome a seguir aún no deseándolo, y Nazarena,
devolviéndome la paz, ayudándome a creer en los milagros, como dice mi amiga.
Ellas también promovieron mi fortaleza,
generaron la seguridad necesaria para pelear desde la ética y la honestidad,
aleccionando a muchos sobre como puede vencerse desde los valores.
Hace unos días, nos enteramos que la
persona que tenía la obligación de cuidarlas y protegerlas mientras nosotros
trabajábamos, había maltratado a Bianca desde los cuatro años.
No es posible explicar que pasa por las
entrañas de una madre al saber algo así.
No es posible expresar con palabras la
necesidad de venganza, de justicia, la bronca, el dolor, y también la culpa por
no haberme dado cuenta que en mi propia
casa, mi hija sufría maltrato y no podía defenderse.
Que pasa por la cabeza enferma de amor
de un adulto que golpea o insulta a un niño, no lo sé, que pedacito de alma le
falta a quien no ve el dolor y el miedo en los pequeños ojos de alguien que no
entiende la violencia, tampoco lo sé, sólo sé que Bianca fue muy valiente y
creció en fortaleza.
Presentó batalla a ese monstruo de ojos
oscuros y mostró su luz, su luz de ojos claros llenos de muñecas y hamacas, y
contó, de la mano de una amiga que la protegió y acompañó en su batalla, como
este despreciable ser estaba arruinando sus días y llenándola de temores y
tristezas.
Mi hija mostró su vivencia y el reflejo
de su violencia me reflejó la mía.
De pronto, mi niñez llena de gritos,
puertas rotas por los golpes y violencia de palabras, más dolorosa quizás que
la física, avasallaron mi mente y no pude ya, negarlas más.
Mi padre hizo de nuestro hogar un lugar
de temor, y el miedo convivía con nosotras encontrando cualquier motivo para
ser protagonista.
Yo aprendí a ser la mejor en todo, sin
recibir recompensa alguna, sólo para agradarlo y evitar su enojo.
Lo peor de esta historia es que amaba a
mi padre como todo niño y no pude, hasta hace días, comprender su indiferencia.
Mi pequeña princesa de sonrisa pura me
lo enseñó.
¡Qué fortaleza tan grande en tan
pequeño ser!
¡Que paradoja ésta de la vida misma que
nos encontró y unió, madre e hija, desde la miseria humana, obligándome a
extraer mis dolores de la muralla inventada para poder sostenerla a ella!
Qué gran lazo de amor entre Nahir y
Bianca, tan frágiles, tan fuertes, creciendo en una amistad que sana, que
edifica, igual que sus mamás, llenas del cuidado de Dios que generó esperanza
de tanta suciedad de corazón, presente y pasada.
La fortaleza no tiene edad, es provista
por nuestro Hacedor cuando ponemos a sus pies nuestros miedos, y seguimos a
pesar de temer.
Hace horas, volvimos de Buenos Aires,
esta vez, no por controles médicos sino por un congreso en el que participamos
y nos enseñó mucho sobre las necesidades de nuestros pacientes adolescentes.
Nos divertimos mucho con Eli, como cada
vez que compartimos un viaje, nos llenamos de fuerza para volver y seguir
enfrentando esta lucha y todas las que debamos vivir.
La fuerza, la fortaleza….
Es sin dudas para mí la capacidad de
pelear con la sabiduría puesta a prueba y la certeza de la victoria en manos de
Dios.
Eso caracteriza a mi amiga, sabiduría
conseguida en toda una vida de desiertos sostenida solo y todas las veces, por
un Padre que no abandona, aunque no sea tan explícito su accionar.
Sabiduría que lleva en su ser como
distintivos colgados en su corazón, distintivos colocados por quien comanda las
batallas, en mérito a su valor.
Certeza de victoria, fe, absoluta y no
tan escasa fe, como ella piensa.
Fe en el camino a emprender,
seguridad de que sea cual sea el
resultado de cada batalla, es solo eso, un resultado, que no marca la derrota
de una guerra, sino a veces solo decide que es necesario retroceder para planear
otras estrategias, siempre escuchando y obedeciendo al mejor estratega, al que
manda nuestras vidas y las bendice desde nuestro accionar.
Perla ésta trabajada y esculpida con
años de esfuerzo, de obediencia a Dios.
Perla deseada por todos aquellos
caminantes ciegos, oscuros, pobres de alma, que desconocen el poder de la oración y llevan sus pesadas
mochilas de miedos e inseguridades a cualquier sitio que vayan, aunque intenten
escapar, el peso de las mismas les dificulta el camino, haciendo cuesta arriba
su vida y la de los suyos.
Perla que de la mano lleva a una amiga
poderosa, LA ADMIRACIÓN ,
resplandeciendo en cualquier pozo oscuro, mostrando lo mejor del amor, esa
sensación que tenemos los que cada día percibimos en mi amiga su fuerza, vemos
como toma su espada cada mañana, aún aquellas sin sol, sentimos la firmeza de
sus pasos y la hidalguía de su corazón.
Admirar la fortaleza es aprender de la
sabiduría de aquel que decidió seguir a pesar del miedo.
Admirar la fortaleza es conocer el
poder de Dios en medio de las batallas…
Admirar la fortaleza en esta historia
es admirar a mi amiga, y sentir que es un honor luchar contra el cáncer a su
lado.
CAPITULO
DIESCISEIS.
DARSE
CUENTA.
La primavera apareció en nuestra
Patagonia al fin.
De pronto, los colores de la mañana se
volvieron dorados y salpicados ya con fuerza viva, de tonos rojos, amarillos,
celestes, múltiples tonos, dueños de múltiples flores resplandecientes de luz.
Sin embargo, la primavera no apareció
en los ojos de mi amiga.
Más aún, un invierno gris y aburrido
surca su mirada, profunda mirada de ojos de cielo, de un cielo plagado de nubes
de soledad y hastío.
Nada es la palabra más cercana a mi
tristeza por no poder ser, estos días, ni siquiera un poco de paz para su dolor
y su cansancio.
Nada es la palabra que me embarga ante
este darme cuenta que nunca podré comprender, aun desde el más puro amor de
amiga, esta sensación de incertidumbre, vacío y falta de intimidad que el
cáncer provoca.
Darse cuenta.
Cambiar el mecanismo por el cual
creemos que entendemos a quien está llevando sobre su piel una enfermedad que
se comporta como si tuviera vida propia.
Comenzar a pensar como aquel que no comprende
porque de pronto, su vida ya tiene otro dueño, además de uno mismo, y ese dueño
toma posesión del cuerpo y la mente sin respetar historia, anhelos ni metas.
Un dueño sin piedad ni moral, si es que
la moral en la vida misma existe, si es que de verdad no somos todos un poco
amorales cada vez que nos levantamos y no agradecemos a Dios por el regalo de
estar vivos, muchos sin siquiera valorar esta supremacía sobre nuestra vida que
en caso de padecer cáncer, no se posee.
Mi amiga me leyó parte de un libro hace
unos días, donde una persona enferma se sentía un intruso en su propio cuerpo,
y entonces, yo entendí.
Entendí que cuando no es posible
decidir sobre uno, algo que en realidad nadie puede verdaderamente hacer pero
creemos que si, entonces la mente disocia y divide nuestro ser en partes que no
se componen, no comparten sensaciones, no pueden ser.
Darse cuenta….
Tomar en cuenta.
Caer en la cuenta.
Sacar la cuenta.
Tomar en cuenta las palabras, las
acciones, los mecanismos de defensa, las decisiones de vida, la metamorfosis
que presenta la persona que amamos cuando toma conciencia de la aparición de
esta puerta abierta hacia la muerte que debe decidir abrir o cerrar, romper,
sellar, adornar, o modificar para conquistar así su destino, su futuro, su ser.
Caer en la cuenta de las frases que
pronunciamos, de las que expresamos, de lo que hacemos y de todo lo que dejamos
de hacer en pos de “no molestar”, o no molestarnos, en realidad, y no tener
así, que cambiar nuestra estructura cotidiana para sostener a quien si debió
cambiar la suya a la fuerza, sin ser consultada, la misma persona que amamos y
prometimos cuidar y proteger hasta el final, cualquiera sea, suyo o nuestro.
Sacar la cuenta de cuanto dolor, cuanta
desolación, cuanta soledad y cuanto, cuanto miedo caven en las personas que
cada día encuentran nuevas lesiones, cansancios físicos extremos y depresiones ocultas
por las medicaciones que corrompen el ser, las ganas de pelear y la fortaleza.
Darse cuenta…
De que nada alcanza a veces y es
lógico, ni siquiera la fe amuralla el temor y la desesperanza en los días de
grises atardeceres donde todas las explicaciones nos sirven a todos…
..A todos los que aún no nos hemos dado
cuenta, pero no al que carga con él cáncer como pesada piedra de vida.
El cáncer merece que nos demos cuenta.
Tiene nombre propio, y en mayúsculas.
No existe el cáncer bueno y el malo,
todos son arteros, oportunistas y agobiantes.
El cáncer es difícil de pronunciar, a
veces, ni siquiera los médicos podemos decirlo, y le llamamos “enfermedad
maligna”.
Mi amiga se dio cuenta que esta
enfermedad puede con ella solo en aquellos momentos en los cuales ella no puede
con su alma, porque es ahí, solo ahí donde este enemigo no llega, no puede
socavar, no ingresa.
El alma no dejó de ser en mi amiga
durante estos dos duros años ni aún cuando el cáncer parecía estar riendo a
carcajadas frente a ella. Eso la coloca en otro lugar.
Su alma permanece intacta, llena de
Dios, y entonces puede recobrar el aliento una, dos, mil veces y volver a
llenar de sentido las vidas de muchos.
Puede darse cuenta todos los días de lo
que implica vivir, no solo esperar que las horas pasen y la mañana se pierda en
la tarde y la noche gane espacios …
Vivir, con lo que eso significa.
A veces pienso que el alma debe ser
como una gran torre desde donde se mira la vida del portador de la misma.
Una torre de cristal, en algunas personas
tan frágil y en otras irrompibles, y es ahí donde creo firmemente en un Dios
inconmensurable que edifica esa torre según nuestro pedido y según sus
expectativas sobre cada uno de nosotros.
Dios tiene sobre nosotros, sobre cada
ser por Él creado, proyectos y metas.
Hemos sido elegidos de antemano por Él,
sabiendo quienes llegarán a esas metas y quienes no serán capaces, quizás por
elección personal, por no estar dispuestos a lo que implica obedecer, creer,
perder lo que los hace poderosos, importantes, sin embargo, igual nos eligió,
porque sabe que en algún momento, hasta el más descreído y escéptico, pedirá
que Él sea el arquitecto de su torre.
Darse cuenta.
Se ayuda desde otro lado cuando
comprendemos.
Se contiene con silencios, mates
compartidos, charlas sin sentido, presencia.
Se aprende a no tratar de encontrar
respuestas para darle a quien no las pide, porque no le sirven, a veces, sólo
alcanza con estar.
Aveces, cuando estar no llena el
espacio de vacío y soledad que esta enfermedad provoca, también sirve irse, y
permitir la nada que tanto duele cuando vemos sufrir a la persona que amamos,
porque no se trata de nosotros, de los que estamos “sanos”, sino del que lleva
la carga que el cáncer genera, y lo que genera en algunos momentos, es
imposible de describir, explicar o responder a quien no lo padece.
Como se explica una perla sin nombre,
como colocamos en nuestra tan cuidada vasija, esta perla sin forma, sin
contornos.
Quizás, si pensamos en lo que implica
darse cuenta, tomar conciencia…
Conciencia, ser conscientes del
esfuerzo que implica cada día para cada uno de los protagonistas de historias
tan difíciles, tomar la espada de lo cotidiano, levantar la mirada hacia la
mediocridad de este mundo que no entiende nada, que no comparte el dolor, no manifiesta
la gracia de Dios, ni siquiera sabe creer en Él.
Si podemos de pronto auto abastecernos
de todo lo que consideramos importante pero carecemos de la capacidad para
abastecer nuestra alma y nos damos cuenta de ello, entonces quizás podamos
comprender a esta enfermedad y a otras muchas que nos cuestionan nuestra
humanidad casi diariamente, y aceptar que puede ganársele desde esa misma
humanidad si dejamos que Dios en su soberanía absoluta sobre su creación
comience a hacerse cargo de nuestro vacío y nuestra incapacidad espiritual y
nos llene el alma de paz y sentido.
Darse cuenta.
Aquellos que tardan en darse cuenta,
pierden el tren de la solidaridad, de la contención y de la batalla por ganar.
Ya no pueden volver si no abren sus ojos al otro, si no dejan de ser hasta que
los soldados enemigos agonicen en el campo de esta lucha sin tregua, sin
tiempo, la lucha de vivir con sentido, y peleando lo que tocó vivir, o padecer,
o soportar, agradeciendo por eso, sin quejas, con conciencia y convicción de la
victoria de Dios.
Esta perla es mía, es personal, implica
él haber entendido, después de dos largos años, el lugar que mi amiga necesita
que ocupe, podría haberla llamado crecimiento, pero prefiero que no tenga otro
nombre, darse cuenta está bien, así la sentí, así la expreso, Dios me llenó el
alma estos días, días sin sentido humano, porque yo se lo pedí, le pedí todo el
tiempo que me diera las armas para seguir tomando la mano de mi hermana
elegida, y que mi mano siguiera proveyendo calor y paz a la suya.
Darme cuenta es un regalo más de quien
construye mi torre de cristal porque decidí que vale la pena caminar sus
caminos, es un regalo más de mi maestra que con su vida me mostró el amor a
Dios, es una perla distinta, necesaria para seguir, para mirar de otra manera a
este enemigo y reafirmar que nunca y por ninguna causa, logrará vencer, no
mientras exista la amistad y el amor a Dios.
CAPITULO
DIESCISIETE.
Noviembre. Cálido mes de sueños perdidos allá donde la niñez se esfuma
en un horizonte de adultez no deseada y lentamente desaparecen los destellos de
lo que debió ser y quizás sea, pero hoy no es.
Ha pasado un tiempo desde que aquel
darme cuenta me permitió volver a sentarme frente a la máquina para hablar de
mi amiga.
Ha sido un tiempo de difíciles mañanas
y largos, muy largos atardeceres.
Hoy, reconozco que la valentía de mi
hermana es conmovedora, y eso me insta a retomar esta historia de batalla sin
tregua y muchas veces sin respuestas.
Al volver de nuestro congreso, Eli
comenzó a sentirse muy cansada y muy triste, ambas pensamos que eran las
consecuencias de muchas situaciones de dolor y desencuentros que enmarcaron
este tiempo de cáncer y de enfermedades ajenas.
Ambas nos dábamos cuenta también que
había algo más que eso, su tristeza la tornaba una desconocida para mí, no era
ella cuando actuaba ni cuando contestaba ni cuando hablaba. Su mirada había
cambiado y su luz, esa maravillosa luz que siempre calmaba mi angustia, no
podía yo encontrarla entre los retazos de sus cansados ojos de cielo.
Cada vez, se tornaba más difícil
contenerla, nada calmaba su nada, todo cuanto hacíamos los que estábamos cerca,
no generaba ni siquiera una sonrisa desde su rostro, cada vez, tomar su mano
para que no cayera era un trabajo más incierto.
Una mañana, llegué a su casa a
desayunar y me contó que esa noche, había decidido tomar las llaves del auto y
terminar con todo, que sólo la había detenido su amor y obediencia a Dios.
Yo creí que el mundo se caía, presentía
esa charla desde hacía muchos días, me preparaba, en absoluta soledad, para
cualquier decisión que ella tomara, comprendí por entonces que cuando alguien
quiere de verdad, no desea el sufrimiento desde ningún lugar, luché contra mi
desesperación y mi egoísmo, mi miedo indescriptible a perderla, tratando de
hacer prevalecer su paz, y comprendiendo que quizás, solo quizás, era hora de
que descansara, si así lo quería, si ya no podía con tanta lucha y tantos temores.
No supe entonces que decir, no fui
capaz de llenar ningún espacio, solo oraba, oraba con el dolor y el cansancio
de una amistad que no puede contra algunas soledades y pérdidas.
Le pedí a Dios que me mostrara el
camino, una vez más.
Nos preguntábamos si tenían algo que
ver las medicaciones nuevas, si eran
ellas las causantes de esta lejanía de mi amiga, de su falta de fuerzas, de su
tristeza extrema, de su nada.
Eli comenzó a dormir mucho tiempo,
perdiendo el sentido del tiempo, de las horas, yo solo vigilaba que comiera,
que hiciera la medicación, trataba de ocuparme de sus hijos y de llenar
aquellos espacios que ella permitía llenar, totalmente desconcertada y esperando encontrarme, cada vez que tocaba la
puerta de su casa, con un vacío final.
Qué sola me sentí, y que falta de
protección frente a lo absurdo vivencié por esos días.
La mayor parte del tiempo, mi amiga
permanecía en la cama, con sus ojos cansados por un llanto que tenía algunos
dueños pero ningún responsable.
Las sesiones con su terapeuta, al cual
había comenzado a asistir después de muchos pedidos por parte mía pero creo yo
que por propia decisión al ver que no podía frente a la desazón que la
embargaba, la calmaban unas horas en su búsqueda de respuestas y después, todo
volvía a ser como un nublado cielo que anuncia lluvias que nunca llegan.
La pregunta de mi amiga era: _¿es la
medicación la que hace que esté así?. Yo leí que provoca depresión pero yo no
siento que esté pasando por eso, lo que siento no es depresión, es otra cosa,
no tengo ganas de seguir, estoy cansada.
Qué respuesta frente a este cansancio
surcado de cáncer, soledad de amor e incertidumbre podía yo brindarle, nada
llevaba por esos días una gota de agua dulce para calmar tanta sed de
desesperanza frente a enemigos tan poderosos.
Hablamos de valentía.
Como ingresa en este capítulo esta
manifestación de vida y de fuerza, como se traduce en un papel lo que una
persona siente frente a la nada sabiendo que desde esa nada debe salir
adelante.
Una mañana comencé a comunicarme como
hacemos cada día con mi amiga pero no obtuve respuestas. Me llamó la atención,
pensé que quizás su celular estaba apagado o sin crédito, también eso era
extraño; esperé un rato y la llamé, hablé con su hija, pequeña aún, ajena a
estos días de tristeza extrema de su mamá, o al menos eso pensábamos…
_ Hola Marisa, mi mamá duerme, está
durmiendo desde ayer, ¿la llamo?.
_ No, está bien, yo llamo en un rato.
Pasaron varias horas, volví a llamar,
hablé ahora con Matías, seguía durmiendo, y me preocupó.
Decidimos esperar. Después de las cinco de la tarde le pedí que
la despierte y me fui a su casa. Llevaba ya, diecinueve horas sin salir de la
cama.
Cuando Eli despertó, estaba
desconcertada, aturdida y hasta molesta por haber sido interrumpido su sueño.
Sin dudas, esa no era mi amiga, sin
dudas, algo estaba pasando y era muy difícil descubrir que invadía sus días de
tanto desasosiego que no permitiera ni siquiera darse cuenta de su accionar a
alguien que siempre tenía la razón comandando su vida.
Al día siguiente, llegó a mi consultorio, me
contó que había estado caminando y escribiendo en un bar, me leyó lo escrito,
con lágrimas en los ojos describió su cansancio, su miedo y su incertidumbre,
cuando cerró el cuaderno me miró y me dijo; _Igual, no te preocupes, voy a
seguir, solo estoy cansada.
La valentía se traduce para mi en esa
fuerza que aparece desde la nada, desde el miedo más profundo, desde la certeza
de la pérdida, que envuelve a la persona con una capa de coraje del más genuino
y teniendo en cuenta a esos protagonistas, toma la espada y lucha en una desigual batalla, solo con la
convicción de aquel que no permite que estos enemigos venzan.
Cuando llegué a casa, un mal
presentimiento me invadió, yo sabía que algo no estaba bien, obviamente no creí
para nada en que no debía preocuparme, algo me instaba fuertemente a ir a su
casa después de no lograr comunicarme con ella de ninguna manera, su celular
estaba apagado, su teléfono desconectado.
Como hacía para no invadir su
intimidad, para respetar su silencio cuando todo mi ser me decía que ella no
estaba siendo consciente de sus días.
En casi toda mi vida, he tratado de
hacer lo que me dicta el corazón, a veces sirvió, otras me equivoqué, pero
nunca me arrepentí, siempre obré ante los míos por amor del más puro.
Subí a mi auto y aún sabiendo que de
ninguna manera mi amiga quería verme, ni ser molestada, llegué a su casa.
¿_ ¿ Qué haces acá?, Estoy durmiendo.
_ Vine, vine a acompañarte porque no
estás bien, y creo que no está bien que estés sola.
_Ya veo que viniste, te vas a aburrir,
porque yo sigo durmiendo.
Estaba preparada para no ser bien
recibida, pero mi amiga siempre fue muy dulce conmigo, hasta a veces maternal,
no esperaba que me dejara parada frente a su cuarto sin importarle nada.
Me senté en el comedor y durante casi
tres horas solo oré, miré el mar y vigilé su sueño.
Cuando despertó, le ofrecí unos mates y
al rato le pedí que salgamos a caminar. Nada de lo que le pedía quería ella
hacer, pero supongo que por mi
insistencia, o para que la deje en paz, accedió.
Mientras merendábamos en un bar, le propuse ir a ver ropa.
Eso es algo que hacemos cuando alguna
de las dos está desanimada, o enojada, o harta.
Tampoco eso animó a mi amiga, ella
estaba en un lugar de lejanía incomprensible para mí, pero fuimos.
Cuando llegamos, empezamos a elegir que
comprarnos, y Cecilia, la dueña del local le propuso a Eli desfilar su ropa en
un desfile el domingo próximo.
Al principio, ella pensó que era una
broma, pero la propuesta se fue afirmando y entonces…
Quizás quien esté leyendo no logre
comprender hasta acá porque cuento esto.
Quizás para muchos carezca de sentido
volcar en un libro una experiencia tan cotidiana.
Quizás no logren ver el accionar de
Dios en esta cotidianeidad.
Cuando días después Eli contó en su
terapia lo vivido ése día, su crisis y su lejanía, su terapeuta le explicó que
había hecho una crisis de melancolía, la definición es vacío y hastío extremo.
Le dijo que la mayoría de las veces,
las personas que vivencian algo así, terminan con su vida.
La medicación provocó esta crisis, era
una de los posibles efectos colaterales, eso lo supimos después, después de
superar juntas, como pudimos, semejante nada, siempre de la mano de nuestro
Hacedor, que fue guiando nuestros pasos para que mi amiga no cayera.
Dios, en su inmensa creatividad, le
proveyó a Eli de un lugar donde sentirse bien, le mostró que a su edad, y junto
a jóvenes que halagaban su elegancia y su belleza, podía encontrar la salida a
esa nada.
-
¡Qué bárbaro!, ¿No?, pensar que tiene
cáncer, y desfila y está tan contenta y tan linda…
-
¡Qué bárbaro!, Pensar que tengo cáncer,
y me invitan a desfilar….
¡Qué bárbaro!, Tener la valentía para
salir del hastío, del vacío más inmenso, para seguir a pesar de no entender,
para vencer a las acciones colaterales de una droga, que inmensamente creativo
Dios para cambiar de color los días llenando de arco iris los rincones del
alma, ahí donde nadie llega, donde estamos tan solos, menos solos sin Él.
La valentía no necesita ser contada
desde una hazaña de televisión, existen aquellos héroes que, como mi amiga,
pueden con un cáncer, porque pelean para poder, luchan sabiendo que somos más
que vencedores en Dios, no retroceden aún cuando no hay respuestas, no sucumben
frente a lesiones, biopsias, crisis de melancolía, dolores provocados por la
indiferencia o la cobardía de quienes prefieren no poder, porque es más fácil
no poder, no saber que hacer o como estar.
La valentía también por estos días
apareció en mi paciente y amiga Cristina, con su cáncer de mama sobre sus
hombros.
Después de realizar sus sesiones de
quimioterapia, con una peluca cubriendo su cabeza, me preguntó porque la había
felicitado.
Es tan abrupto este camino, tan
desconcertante y todo comienza a pasar tan rápido, que los protagonistas no se
dan cuenta de su valentía al enfrentar a este enemigo.
-
¿Cómo me preguntas eso?, No cualquiera
puede con la quimio, vos pudiste, lo más difícil está hecho, estás ganando, y
sos muy valiente.
La mamá de nuestra adolescente, también
con un cáncer de mama, totalmente decidida al principio de su enfermedad a
dejarse vencer, fue encontrando en Dios la fuerza para batallar. En la cama del hospital,
recién operada, le habló del Señor a una mujer desesperada por su cáncer, la instó
a creer y desde la fe mover montañas, y la esperó a Eli para pedirle cuando
ella fue a visitarla que le cuente como estaba logrando que éste cáncer de piel
retrocediera.
No en vano escribí tantas veces la
palabra cáncer en éste capítulo, lo hice para que aquellos que lean estas
palabras lleguen a dimensionar a la palabra
valentía, lleguen a comprender por unos instantes, solo unos, antes de
seguir con sus vidas, que pasaría por sus mentes al escuchar ese diagnóstico en
un ser amado…..
Valentía.
Valentía entrelazada en mujeres que
llevan el Espíritu Santo en sus vidas y otras que sin saberlo aún, tienen la
mirada de Dios puesta en ellas, solo deben buscarlo, buscarlo de verdad, Él ya
sabe que su valentía es sin saberlo, sinónimo de fe.
Hace dos largos años que le digo a mi
cómplice de vida que es muy, muy valiente.
Hace dos difíciles años que batallo a
su lado y aprendo diariamente de su sabiduría y su misericordia.
Hace dos esclarecedores años que Eli
lleva adelante su sanidad con la bandera de la valentía en alto, aunque ella no
se de cuenta muchas veces, y crea que no está pudiendo, o vea la falta de
comprensión y atención de tantos que al principio lloraban por su diagnóstico y
hoy cuestionan su cansancio.
Esta enfermedad es así, no es para
cualquiera, no es para los que olvidan, abandonan, cuestionan, aconsejan,
exigen o alejan.
No es para los cobardes de corazón, es
para aquellos que de la nada y desde el lugar que nos toque, sacamos fuerzas
desde esa nada, fuerzas del miedo más paralizador, buscamos el aliento de Dios
para respirar a veces, y batallamos, por amor, por convicción….
Batallamos con valentía, la que nos da
la persona que amamos y frente a este capítulo de vida que le tocó vivir,
muestra que en Dios, no existe guerrero más poderoso que uno mismo.
CAPITULO DIESCIOCHO.
EL
ASOMBRO.
Extraña mañana de diciembre en nuestra
ciudad.
El viento no da tregua hace ya unos
días, envolviendo de una tierra que penetra en todos los rincones, todos los
lugares y las calles, a una ciudad que espera, paciente, su calma; Ocultando
por momentos la claridad provista por el sol que insiste en anunciar el verano
y la playa, aún cuando no podamos disfrutarlos.
Este viento sureño es especial.
Es como un juez de nuestra Patagonia.
Él es quien decide quienes podemos
quedarnos en estas tierras y quienes no pueden con su constante presencia.
Este viento tiene la fuerza de quien se
sabe libre, sin fronteras, con un vasto mar para llenar de oleaje, un vasto
territorio virgen de tecnología humana para envolver con sus ráfagas y jugar a
las escondidas con el polvo de los caminos que aún, no llevan a ningún sitio.
Conozco solo a una persona que ama el
viento y no reniega de él: mi amiga.
Ella agradece a Dios por él, juega con
el viento en su cara y disfruta su presencia; Y es que mi amiga disfruta la
vida como un regalo diario de nuestro Padre Celestial.
Ella se asombra con cada flor y sus
distintos colores, con cada atardecer…
_ ¡Mirá que creatividad, que lindos
tonos usó hoy para pintarnos un cielo que nos conmueva!
Yo no miraba la naturaleza antes de
conocerla con la admiración con la que lo hago ahora, apenas me alegraba con
una mañana de sol, un arco iris o una lluvia de verano.
Hoy, todo tiene otro sentido para mí,
el del asombro.
Asombro por el maravilloso obsequio de
Dios para con nosotros, un mundo con tanta variedad de opciones, tanta belleza
por descubrir, tanta capacidad de crear y de ser…
El asombro forma parte de nuestra
historia.
Dios llenó de esta palabra nuestras
vidas.
Cuando el cáncer apareció, Él
transformó las células mostrando claramente su poder en nosotros, sin dejar
dudas de su obra frente a quienes somos su obra.
Recuerdo cada paso previo a los
primeros controles, como iba abriendo los caminos, colocando en ellos la gente
precisa, la indicada, bloqueando los pasos de aquellos que obstaculizaban la
posibilidad de viajar.
Vimos su accionar en cosas tan pequeñas
pero tan significativas, todas han sido expuestas hasta ahora en estas páginas,
todas llenan mi alma de fe y de fuerza para seguir, pero sin dudas, la palabra
asombro, tomó dimensión en este último viaje…
Llegó octubre y después de la
experiencia vivIda por Eli con la crisis
de melancolía y la extrema tristeza, exacerbada por la intensa sequedad de sus
mucosas y la piel muy irritada y
lastimada por los retinoides, viajábamos a Buenos Aires a su control habiendo,
por decisión propia, suspendido la medicación y sabiendo, ambas, que las
opciones se acababan y quizás debía enfrentarse entonces a la tan temida quimioterapia
endovenosa.
Ambas sabíamos también que de ser
necesario, ella la afrontaría con la misma fuerza y dignidad con la que llevaba
este cáncer desde hacía dos años, pero sin dudas empezaría otra etapa, dura
y ya vivida etapa con el cáncer de su mamá y por eso, muy dolorosa.
La mañana previa a viajar, desayunamos
y me dijo que no entraría al consultorio con ella.
¡Me enojó tanto esa decisión!
Ella no me había tenido en cuenta esta
vez, prefería estar sola frente a esto, y yo no lo entendía, habíamos caminado
tanto juntas, yo ya había aprendido a callar, hablar cuando debía, contener,
escuchar… ¡hasta había aprendido a irme cuando me lo pedía sin ofenderme y
entendiendo los cambios de humor!
Mi amiga cuando decide algo, rara vez
vuelve atrás.
Me explicó que era para cuidarme, que
yo no estaba tan fuerte en este viaje, que igual era importante saber que
estaría afuera esperándola, nada de eso me convenció y se lo dije, yo iba para
ayudarla, para estar, no tenía que ser cuidada ni protegida, creí haberla
convencido, y así viajamos, yo creyendo que compartiría la noticia, sea cual
fuera con ella, y mi amiga, sabiendo que entraría sola.
El viaje no resultó fácil, el vuelo se
atrasó y Eli se sentía extremadamente cansada.
Al otro día viajamos a Tigre a ver a su
médica y como tenía planeado, entró sola.
Yo esperé, y sabe Dios y sólo Él,
cuanto duró esa espera y cuanto dolió no estar con ella sosteniendo su mano
frente a una noticia de nueva medicación más agresiva por una resistencia
celular que no ofrecía tregua.
En ese momento, pensé en todos aquellos
que no pudieron contener y estar con mi amiga en esta enfermedad, y una muy
pequeña parte de mí, los comprendió.
Comprendí que la angustia, la
desesperación, la carencia absoluta, muchas veces, de palabras para calmar, la
falta de recursos para dibujar una sonrisa en el que está enfermo y solo de
cáncer, pueden ser vencidas únicamente
por un inmenso amor fraternal basado íntegramente en la decisión de Dios de
convertirte en soldado para esta batalla.
Creo que en uno está la posibilidad de
elegir convertirse en ése soldado, pero sin Dios, nadie puede, nadie puede con
el dolor del que ama, porque gana la impotencia, tremenda impotencia, hiriente
como un arma de filo extremo, frente a las lágrimas, las preguntas, los
cansancios, y las lesiones que no desaparecen.
Sin embargo, mi amiga, me cuidaba a mí.
Amistad tan pura como pocas veces he
conocido, con un grado de hermandad que nos conforta y une aún con una puerta
de por medio.
También pensé en eso mientras esperaba…
Y entonces comprendí.
Comprendí que ésta es la vida, así, con
terrenos de fango y miseria, pero también con regalos permanentes de Dios como
la amistad, sentimiento que conmueve el alma y lo regenera una y mil veces
frente a la nada, con el asombro de lo no planeado, del amor más puro, más
cercano a quien todo lo ve y lo sabe.
Se abrió la puerta y la primera que
salió fue su doctora, que clavó su mirada en mí, quizás respondiendo a la mía,
y me guiñó un ojo.
Cuando Eli salió, yo busqué en su
rostro la respuesta a su consulta, y ella me sonrió y con su dedo me aseguró
que todo estaba bien.
¿Qué era lo que estaba bien?.
¿No había acaso que hacer medicaciones
nuevas, no había fracasado la anterior?
¿Cuál era la idea de mi amiga, no
decirme nada?
Ese no era el trato, ella había
prometido decirme la verdad y bancarla juntas.
Salimos.
_Bueno amiga, el cáncer se paró. Esta
medicación que tanto daño me hizo, logró finalmente detener, al menos en estos
tres meses de tratamiento, lo que parecía no tener quien lo detenga. Vuelvo en
seis meses…
Ahora sé que voy a ganar….
…….
Mientras escribo, mi corazón se
estremece al recordar mi asombro, tanto como el de ella.
Dios, solo Dios en nuestras vidas.
Dios que puede todo si uno pone en sus
manos todo nuestro ser, dándonos cuenta que nada podemos sin su inmensidad.
Dios, que para nosotras, no deja de ser
sinónimo de asombro, de cuidado.
Es fascinante caminar el camino de
santidad.
Es sobrecogedora la ternura con la que
nos guía y fortalece.
No esperábamos esta respuesta, no la
esperábamos de verdad.
Sabíamos que nos daría la paz para
afrontar lo que viniera, pero esta respuesta…
Asombro en esta historia es lo que
provino de la fe y la obediencia de mi amiga para con Dios, asombro frente a
las respuestas regaladas con claridad indudable.
No ha terminado el camino, las lesiones
persisten, son diez las malignas ahora, la quimio local continua su trabajo y
sus consecuencias se sienten en mi hermana, pero el rostro se elevó ahora, la
mirada se elevó, el horizonte es más extenso y los proyectos son más largos.
Una vez más, en esta historia de
enfermedad y aprendizaje, desde el cielo se cambió el argumento, se modificaron
los motivos humanos. Se desecharon los posibles y los probables, se paró el accionar de células
que parecían no detenerse en el oscuro trabajo de matar el cuerpo y el alma, se
decidieron las conductas a seguir sin importar los protocolos médicos ni los
doctorados.
La fe es así, no se explica, es la
certeza de lo que no se ve, es saber que Dios puede con todo, aún cuando
pensemos que no nos escucha, los tiempos de quien todo lo ve no son los finitos
y ansiosos tiempos humanos, al final del camino, recién entonces, muchas cosas
serán comprendidas.
El cáncer genera asombros en las
conductas.
Aún cuando mi amiga volvió con una
fuerza conmovedora, igual se sentía triste y sola.
Debió consultar a una especialista
quien diagnosticó depresión leve, reaccional a la enfermedad.
Una nueva batalla.
Aceptarse con una depresión aún
poniendo toda la fuerza en esta lucha.
El cáncer genera depresión.
La cercanía con la muerte, la
posibilidad de no ser, el miedo a la medicación, al dolor, el abandono de los
que no pueden, la indiferencia de los que creen que ya pasó, los
cuestionamientos de aquellos compañeros de trabajo que por no hacer una guardia
de más, minimizan y le faltan el respeto a la palabra cáncer, todo logra que
aquel que lo lleva en su vida se canse, se deprima y se sienta solo.
Una vez más, el asombro golpea las puertas de
mi cuando veo como se levanta de su depresión cada mañana, sonríe frente a la
vida aún con una sonrisa cansada y triste, llena los espacios de los que la
amamos con su presencia y pelea, pelea, haciendo, como ella dice, el aguante a
la vida.
Historia de asombros esta, perla de
esperanza en nuestra vasija, porque mientras sigamos asombrándonos en una amistad que puede con todo, mientras
siga apareciendo el asombro en los ojos de quienes ven a mi amiga enmarcada de
fortaleza y valentía y mientras podamos vivenciar con asombro la bondad y el
poder de Dios, nadie podrá corrernos del camino elegido, nadie podrá hacernos
retroceder en su amor…
Amor que crea constantemente pinturas
de asombros para nosotras, cuando ya nada alcanza, nada se cree, nada conmueve,
Él aparece tocando la puerta de nuestros corazones y regalándonos respuestas
impensadas, vuelve a dibujar la sonrisa en nuestro rostro y nos prepara para
volver a empezar.
Perla enmarcada en la esperanza de la
continuación sin tiempos, en la espera sin mañana, en el agasajo diario hacia
la vida…..
…..En
la seguridad de sabernos vencedores y eternos hijos de Dios.
CAPITULO
DIESCINUEVE.
Atardecer de diciembre, colores de
soles perdidos y mañanas olvidadas en algún rincón de nuestros sueños.
A veces pienso que una mujer cuando
comienza a sentirse íntegra empieza un
camino de soledad de amor que a veces no tiene retorno.
Creo también que perseguimos ideales
equivocados al pensar que podemos cambiar las historias de nuestros hombres, porque hemos sido
creados de maneras tan diferentes y tan disímiles que aún motivadas por el más
puro amor, las historias permanecen recordándonos que tenemos límites, que ni
siquiera este tan puro sentimiento puede cruzar.
Creo que el amor se traduce en mucho
más que aquellas historias que a veces, no terminan como soñamos, se traduce en
la intensidad con la cual las vivimos y las dejamos de vivir.
Se traduce en hacer de estas historias, motivos de vida,
y vidas con motivos, aprender a pensar en el otro, más que en uno mismo,
mostrar benignidad, mostrar amor.
La misericordia es una marca
característica de la luz que Dios nos ha regalado.
La preocupación por el otro, el
aprendizaje desde el dolor del otro, la capacidad de amar sin egoísmo, la
piedad, es un símbolo que yo sólo he visto en poquísimas personas, llenas de
Dios.
Eli es una de esas personas.
Ella me enseñó el significado de la
misericordia, es la compasión sin lástima hacia el otro, la benignidad con la
que actuamos con los demás, aún con los que nos cuesta tanto amar.
Significado muy difícil de comprender,
y más difícil aún de llevar a cabo.
Faltan apenas diez días para la Navidad.
Tiempo de pensar en el otro.
Tiempo para olvidarnos de nosotros
mismos y de nuestras miserias y recordar, desde la humildad absoluta, el
nacimiento del salvador del mundo, el ser que siendo Dios, padeció en un cuerpo
humano para conocernos desde dentro mismo de nosotros y desde allí, poder
compadecerse de nuestras vidas y nuestras muertes.
Tiempo de comenzar a ser
misericordiosos.
Eli posee por los demás una compasión
que muchas veces la deja a ella sin abrazo, sin retribución, sin amor.
Hace muchos años, yo me preparaba para
pasar una Navidad llena de dolor por haber sido estafada en el amor.
Fue entonces que, en una charla con un
joven cura, el me explicó que ése día no importaba nuestro dolor ni nuestras
tristezas, ese día, me dijo, es el cumple de nuestro mejor y más incondicional
amigo, y en el cumple de un amigo, uno se olvida de uno mismo para agasajarlo a
él.
Al otro día, yo entraba de guardia,
estaba haciendo mi residencia en Rosario, lugar que extraño y anhelo, lugar de
residencia de muchos e importantes afectos que llevo conmigo en la vida.
La guardia, después de entender el
verdadero significado de ese veinticuatro de diciembre, fue mágica.
Aprendí a dejarme de lado para estar en
el corazón del otro.
Compartí esos dos días con mi querida
enfermera Rosa, quien desde hacía unos años, pasaba la Navidad ayudando a las mamás
a parir, para olvidar, o hacer menos dolorosa la ausencia de su único hijo,
muerto por sida.
Viví el nacimiento de mis primeros
gemelos, sola, con mi residente de primer año, Diego, mi amigo, que estaba
totalmente asustado y consideraba que debíamos llamar a nuestro superior, cosa
que deseché porque quería ser yo quien
los ayudara a nacer.
Esa noche, olvidé mi dolor y me dispuse
a festejar el cumple de Jesús poniendo mi corazón a disposición una madre llena
de miedos y ansiedad.
El primer bebé nació de cabeza y
enseguida aparecieron los piecitos de su hermano, deseoso por conocer este
mundo tan particular. A mi lado estaba Claudia, mi amiga residente de
Anestesiología, quien me alentaba y permanecía lista para cualquier emergencia.
Realicé todas las maniobras para el
nacimiento y cuando llegó el momento, su cabeza no realizó el desprendimiento.
En ese segundo, nada está por encima de
ese bebé.
En ese momento, la mente no tiene
aliados. Solo estamos Dios y nuestra experiencia.
Dios y nuestro estudio.
Dios y nuestra fe. Levanté mi rostro
hacia el techo, mirando más allá, buscando su ayuda:
_! Señor, no me abandones en Navidad,
este bebé es como tu hijo, hace dos mil años!
Repetí la maniobra, pero ahora con toda
mi fe puesta en Él.
Sentí el desprendimiento y escuché su
llanto de vida, oí los aplausos de mis compañeros y la alegría de la Nochebuena nos embargó.
Su mamá, bañado su rostro en lágrimas, me
mostró la gracia de Dios al tomar mis manos.
Dios, me mostró que el pensar en el
otro, fortalecía el alma, lo llenaba de paz y restauraba las heridas del
corazón.
Muchos años después, conocí a mi amiga,
a mi hermana, y con ella, recordé los años en los cuales yo aún no conocía el
poder de Dios pero si lo vivenciaba. Lo recordé al verla llevar en su mirada la
misericordia y el amor al otro.
Eli vive su cáncer permaneciendo en
cada uno de los que la necesitan.
Ella reúne todos los miércoles a un
grupo cada vez mayor de adolescentes con graves conflictos y duras luchas
diarias en el hospital, y los escucha con una bondad y una dedicación dignas de
alguien que ha comprendido.
Ellos, responden con su presencia y su
cariño frente al amor de alguien que sin condiciones, cree en sus vidas y los
alienta a seguir.
Eli lucha por su sanidad sin faltar los
sábados a la reunión de jóvenes que ella mantiene viva, preservándolos de un
mundo que no escucha, sin importarle que a veces ellos no respondan con
gratitud.
Cuando me enojo por eso su respuesta
siempre es la misma:
_ Si no los cuido yo, están solos, y yo
los amo y no quiero que sufran.
Les enseña a pensar en el otro, les
muestra su misericordia todo el tiempo, lee sus miradas y sus corazones, sin
importarle salir lastimada o recibir críticas de tantos adultos que opinan
desde “la madurez” y dejan solos y desprotegidos a los que intentan crecer con
valores en un mundo donde esos mismos adultos perdieron los objetivos.
Uno de los adolescentes con los cuales
trabajamos, es hijo de quien lideraba las marchas de silencio en mi contra hace
ya seis años.
Cuando pienso en lo importante que fue
perdonar, pienso en Pablo.
Con el, construimos una relación de
afecto. Sé que con sus quince años llenos de luz, me escucha y me respeta.
Hace dos semanas, el día de su
bautismo, con sus padres presentes y algunas de las personas que habían hecho
de mi una asesina, el decidió que yo sea su madrina.
Fue la reivindicación impensada que
llenó mi alma de orgullo y fe.
Fue el momento del abrazo con aquellas
personas, sus padres, quienes hoy no son para mí sinónimo de dolor, ahora nos
une Pablo, un caballerito de Dios que como todos los de su edad, mantiene
intacta la simpleza de lo verdadero.
Fue uno más de los valores aprendidos
por mí desde mi amiga, aprender a tener compasión, a entender al que lastima,
¡a sentir piedad y no publicar por eso un libro que hubiese llenado de dolor la
vida de quien hoy es mi ahijado!
Fue
para mí el triunfo de la misericordia de Dios para con todos.
La piedad es un valor incalculable para
los hijos de Dios.
Jesús tuvo piedad de nosotros al
pedirle al Padre que nos perdone porque no sabíamos lo que hacíamos al dejarlo
morir en una cruz.
Eli siempre me dice que debemos caminar
la vida tratando de ser imitadores de Jesús.
_Eso es imposible, no somos Jesús, no
podemos compadecernos siempre del que nos lastima, o no nos quiere, o nos trata
mal.
Sin embargo, ella puede.
Mi amiga mira a la gente a los ojos,
olvida su enfermedad frente a la enfermedad del otro, y lo alienta a seguir.
Su cáncer nos enseño a vivir.
Este cáncer me explicó la palabra
misericordia de la mano de quien ya la poseía.
Ahora, el dolor de quien sufre, se hace
carne en mí.
Ahora, cada persona que entra a mi
consultorio y debo darle un mal diagnóstico, obtiene lo mejor de mí, se va con
la palabra de Dios como prólogo para empezar a batallar.
Ahora, la simplicidad con la que Eli
perdona agravios, ausencias y egoísmos, ha rescatado a muchos de la culpa, les
ha enseñado a verse reflejados en ellos mismos, frente a sus miserias, en el
espejo de alguien que sufre, que teme la cercanía de la muerte, y aún así, se
compadece de quienes nada dan.
Sabemos que la depresión, los cambios
de humor, el cansancio físico y emocional, y las preguntas sin respuestas, a
veces nos ahogan dejándonos sin aliento, pero sabemos también que el
aprendizaje es para nosotras y para los demás, para poder ver en los ojos del
otro, para darles una mano desde la experiencia vivida, desde el conocimiento
de la gracia de Dios.
Es la promesa hecha realidad.
Es el comienzo del fin de la oscuridad
y de lo absurdo.
Es la confirmación de Dios en un mundo
sin Dios.
Mi amiga pelea su cáncer para servir a
otros, desde el servir a otros, desde la más conmovedora y poco comprendida
misericordia, porque es imposible comprender este sentimiento si no se entienden
las bajezas, los errores y los egoísmos humanos, y se trabaja desde allí para
no juzgarlos, los que no comprenden siempre buscan encontrar en que se
beneficia aquel que se compadece, no entienden el dar por amor, buscan la
conveniencia, el porque de tanta comprensión, el que querrá a cambio.
Esta Nochebuena yo brindaré por lo
aprendido.
Brindaré por mi amiga y su fortaleza,
su amor hacia los demás, hacia los que la dañan; Brindaré por el cumple del
Salvador de nuestras vidas, y por el honor concedido por ella y por Dios de
acompañarla en esta enfermedad.
Brindaré más allá de mis tristezas y
pérdidas, de mis sueños avasallados, de mi tiempo de desamor, por quien me
enseñó el verdadero significado de ser cristiana, que es más, mucho más que ser miembro de una
iglesia; Es ser partícipe de la gracia
de Dios.
Esta perla de nuestra vasija es
sinónimo de mi cómplice de vida, ella es la persona más misericordiosa que he
conocido, antes de enfermarse de cáncer, y después.
Antes de conocer la soledad de amor, y
después.
Antes de todo y nada….
Y después.